lunes, 1 de noviembre de 2021

Los secretos del arte

 Alberto no podía apartar los ojos del arma que lo apuntaba. Tampoco podía hablar.Estaba realmente asustado. No sabía qué hacer pero se tomó unos segundos para observar; su atacante llevaba la cara tapada por una especie de máscara un tanto abrumadora. Iba vestido todo de negro, algo desarreglado y, por su físico, podía intuir que era una mujer.

                                     

Echó un vistazo rápido al sitio donde estaba: era una casa vieja. No alcanzó a ver más porque las ventanas se encontraban tapadas con lo que podían ser trozos de madera y un único rayo que salía de entre unas maderas rotas le permitía saber que era de día. No recordaba mucho sobre sí mismo más que cosas básicas, menos aún sabía porqué estaba allí. Lo único que tenía claro era que tenía que actuar o moriría.

Pensó palabra por palabra qué decir y finalmente consiguió formular una pregunta:

- ¿Qué quiere de mí?

Su enemiga no pareció sorprenderse y tajantemente le dijo que él no era su objetivo. Eso le sorprendió y a la vez le alivió. Si él no estaba en el punto de mira de lo que estuviera ocurriendo, no le harían daño. Pero de pronto, un sentimiento de culpabilidad y preocupación le llenó por completo, ya que eso quería decir que había alguien más en peligro. De repente, sonó un golpe contundente, posiblemente de madera rompiéndose. Gracias a eso la mujer se sobresaltó girándose levemente en dirección a la puerta, dejando a Alberto su oportunidad perfecta y, como si recobrara la vida, se lanzó impulsivamente hacia ella, consiguiendo arrebatarle el arma.

Como si ya fuera libre corrió para salir fuera de la casa, le sorprendió no ver seguridad, nadie más para detenerlo y todas las puertas abiertas. Tras atravesar un par de pasillo salió al extrerior. Era todo vegetación, una casa en medio de una selva, pero no se detuvo a pensar y siguió corriendo. No tardó en cansarse y se paró apoyado en un árbol. Aparentemente nadie le seguía y ya había recorrido un largo trayecto, se giró a su derecha y para su sorpresa lo que vio fue como el cielo se fundía con el mar. Una cantidad impresionante de preguntas le golpeaban en la cabeza, sobre todo porque él no vivía en una zona de costa ¿a dónde le habían llevado?

Preso de la desesperación corrió hacia la costa para ver si encontraba a alguien. Con la mirada al frente no pudo ver una leve hondonada que había y cayó a trompicones hasta la suave arena. Dolorido, se levantó y se acercó al agua; no había nadie, tampoco barcos. En ese momento se dio cuenta de que no le sería tan fácil salir de allí, se encontraba en una isla. Ya no sabía qué hacer pero no le dio tiempo a pensar, de repente, una sombra apareció detrás de él, le agarró y durmió con un paño con una especie de anestesiante.

Se despertó en una habitación, tirado en el frío suelo y solo, posiblemente se encontraba en la misma casa. Esta habitación no tenía ventanas, pero la luz de las lámparas iluminaba la estancia. En ella había tan solo una gran mesa llena de papeles, no quiso pararse a mirarlos, fue directamente a la puerta harto de esta situación. Sin parar de pensar qué había hecho a quién más tenían raptado. La puerta no se abría y empezó a gritar, pero parecía que sus gritos se expandían en la inmensidad de la isla sin que nadie le escuchara. Por curiosidad fue a analizar los papeles, encontró fotos, contratos, mapas etc. En las fotos aparecían cuadros y él en compañía de otras personas. Por fin le vinieron imágenes a su mente, quién era y qué había hecho. De repente se sintió fatal e inmóvil, lo recordó todo.

Un mes antes su amigo Manolo le llamó para tomar algo en su casa. Allí vio un cuadro que le atrajo ya que él era coleccionista y Alberto empezó a analizarlo, puesto que él era un amante y entendido del arte, aunque su trabajo era de administrativo. Después de muchas pruebas su hipótesis era correcta y el cuadro que a su amigo tan barato le había costado valía millones. Alberto sin ninguna mala intención se lo contó a su compañera de trabajo, que también compartía su amor por el arte.

Ahora, por culpa de ese comentario, allí se encontraba secuestrado por su amiga, pero ¿Cómo podía haber planeado todo esto ella sola y porqué? Enfadado empezó a aporrear la puerta y a gritar su nombre, Enma, así se llamaba. La puerta se abrió de golpe y Alberto cayó al suelo. Allí apareció ella, que momentos atrás le estaba apuntando, pero ambos estaban desarmados ya que él despertó sin el arma que había conseguido. Ella se quitó la máscara y, en efecto, era su amiga, a la que al parecer no conocía tan bien. Ella se excusó y explicó que pertenecía a una banda que robaba obras y objetos valiosos y los vendían por precios inimaginables. Su trabajo de administrativo era una simple tapadera pues casi todo el dinero que conseguía era a través de los robos y al contarle Alberto lo del cuadro, informó a su banda y planearon el secuestro.

Tras explicarle ésto ella se dispuso a salir de la sala pero antes él le preguntó qué estaban haciendo con su amigo y qué harían con ellos. Como si no le hubiera escuchado desapareció tras un portazo. No entendió la situación, lo único que ahora podía hacer era intentar salir y ver cómo se encontraba Manolo. Trató de nuevo forzar la puerta, pero no era lo suficientemente fuerte para eso. Se detuvo de nuevo a observar los papeles, esta vez leyó todos los documentos apoyándose en las imágenes encontró varios errores en lo que había escrito, todo era acerca de la época, técnica, precio y ubicación del cuadro. Su fallo fue balbucear todo lo que iba pensando y separar los documentos erróneos de los acertados.

De repente, la luz se hizo más potente y la puerta se abrió. Apareció otra persona vestida igual que Enma, pero esta vez parecía un hombre y venía aplaudiendo. Alberto asustado se aferró a la mesa mientras el otro hombre se quitó la máscara. Era más o menos de su misma edad y un poco más alto que él, de pelo oscuro y venía sonriendo. Le dijo que habían escuchado todo lo que había dicho y gracias a él habían descubierto lo que les hacía falta y que les había dado la información que su amigo estaba guardándose y todo el análisis que no podían conseguir al no tener un experto de arte.

Alberto no daba crédito, había ayudado a esta banda y posiblemente condenado a su amigo. El hombre ahora con un tono más serio le dijo que se llamaba Carlos, que era el líder de esta misión y que tenía autoridad suficiente para hacerle esta propuesta. Se detuvo un segundo y extendió su mano hacia él preguntándole si se quería unir a ellos. Alberto retrocedió rápidamente para alejarse del hombre, y sin pararse siquiera a pensarlo, le gritó que no se uniría a ellos.

Carlos asintió y se fue dejando la puerta abierta. Alberto oyó unos gritos y salió corriendo a ver qué ocurría. Era su amigo, lo llevaban arrastrando otras dos personas enmascaradas. Manolo estaba herido por todas partes pero no parecía de gravedad y lo sacaron hasta una furgoneta negra y grande aparcada en la puerta de la casa. Una vez soltaron a Manolo, todas las personas enmascaradas se reunieron en la misma sala donde estaba Alberto, menos tres que custodiaban a su amigo. Entonces pudo contar y analizar que las personas involucradas en esta misión eran diez. Pasaron unos segundos y cuatro de ellos se quitaron las máscaras, entre ellos Enma y Carlos y dos desconocidos que al parecer ostentaban los puestos más altos. Se dirigieron a Alberto y le informaron que no llevaban mucho tiempo en el ámbito del arte y que las otras veces que habían preparado un golpe no se habían tenido que exponer tanto pero que ahora que lo habían hecho, enseñando sus caras y explicándolo todo, tenían que matarlos a ambos.

A Alberto no le había dado tiempo a reaccionar cuando ya lo tenían rodeado y lo llevaban a la furgoneta donde estaba su amigo. Los tenían atados pero podían hablar. Se contaron lo que ambos sabían y cómo podrían escapar. Acordaron que cuando abrieran las puertas atacarían a los enmascarados, pero no les dio tiempo. De repente el vehículo volcó. No se hicieron mucho daño pero estaban algo conmocionados. Las puertas se abrieron y apareció uno de sus atacantes herido, se quitó rápidamente la máscara y les dijo que los ayudaría a salir de allí. Sin mayor explicación comprendieron que tenían un aliado dentro de la banda. Esta vez era un chico joven, más bajito que ellos y pelirrojo, del accidente que él provocó quedó malherido de un brazo y se le veía bastante indefenso frente a sus compañeros, eso fue lo que pensaron Alberto y su amigo.

Y así a los pocos segundos de volcar apareció otra furgoneta donde los metieron y ataron a los tres, los dos amigos y su aliado. El joven empezó a llorar, lo único que pudo decir entre sollozos es que él no quería matar a nadie y que tenía que estar en la banda para conseguir dinero y repetidamente decía que los sacaría de allí. Alberto estaba desesperado, lo que podía haber sido su escapatoria ahora lo ataba a ellos si bien ya eran más para poder defenderse de los secuestradores. Le contaron su estrategia, aunque el joven no les escuchó inmerso en un llanto desconsolado

La furgoneta paró, las puertas se abrieron y frente a ellos había dos enmascarados, para su suerte no iban armados. Era su momento, intentaron lanzarse sobre ellos pero no estaban sincronizados y al estar los tres atados dificultó la maniobra; por lo que no consiguieron hacer nada. Ahora se encontraban en la costa frente a un pequeño barco, del cual se bajaron dos enmascarados pero vestidos algo diferentes y ellos sí iban armados. Alberto ya veía su fin, se acabó, sus cuerpos acabarían en el fondo del mar y su historia finalizaría con esta pesadilla. Los hombres que salieron del barco se acercaron rápidamente a ellos y apartaron a Alberto y sus amigos apuntando a los enmascarados, sus supuestos compañeros. Él no podía creer lo que estaba ocurriendo, miró al joven que estaba atado a él y que había dejado de llorar y sonreía. Alberto por fin comprendió que lo habían salvado, pero ¿quién?

Los que bajaron del barco esposaron a los secuestradores y se quitaron las máscaras. Eran un hombre y una mujer, altos y fuertes, que al parecer eran policías. Un segundo más tarde aparecieron más agentes con el resto de los enmascarados detenidos. Alberto pudo observar cómo tenían a Enma esposada junta a otras personas. Pasados unos minutos llegaron varios helicópteros que se llevaron a los detenidos y a ellos. Entre toda esta euforia y alivio el joven les dijo que se llamaba Francisco y que nada más entrar en la banda y ver lo que realmente hacían se arrepintió pero ya no podía salir de ahí, así que informó a la policía e hizo de topo para ellos durante esta misión y por suerte todo había salido bien.

Alberto y Manolo salieron sanos y salvos gracias a Francisco y la policía. La banda fue desarticulada tras ser todos detenidos.

                                                                               Carmen Morillo Muñoz (3ºESO-A)

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