martes, 2 de noviembre de 2021

As de picas

La muchacha abrió los ojos desconcertada. No recordaba nada. Ni su nombre, ni su edad, ni sus señas. No tenía cartera. Su reloj marcaba las 4:30, pero por la luz que la luna reflejaba sobre ella, pudo deducir que se había parado. La chica se encontraba en un precioso jardín lleno de flores, pero un infranqueable muro de ladrillos, de unos 4 metros de altura, se extendía hasta donde alcanzaba a ver, lo que le impedía salir de allí. Decidió andar en línea recta siguiendo aquel misterioso obstáculo. Caminó por varios minutos, incluso horas, pero su reloj, roto, no le permitía saberlo. A punto estuvo la chica de desistir, por más que avanzaba, todo eran flores y un interminable muro, pero en la lejanía divisó algo que le hizo continuar. Encontró una puerta de barrotes, como las que hay en muchas casas de campo. La puerta era extraña, decorada con motivos geométricos tales como círculos, corazones, cuadrados. Pero lo que más destacaba era una pica de póker muy grande en el centro. La muchacha se acercó a la puerta y empujó. Se le iluminaron los ojos al ver como esta puerta se abría poco a poco sin oponer resistencia, pero algo la hizo parar. En el suelo yacía una mera carta de póker, concretamente, un as de picas. La chica de golpe sintió un escalofrío y, aún teniendo la salida delante suya, se atemorizó tanto que perdió el conocimiento.


Era un martes cualquiera de octubre a las 11:24 de la mañana. No era ningún día especial. Yo me encontraba como siempre sentado en la mesa de mi despacho. Una mesa que no era demasiado grande, pero tenía el suficiente espacio para trabajar con tranquilidad. Tenía varios archivos bien ordenados alfabéticamente a la derecha, sobre distintos casos que habían sucedido recientemente. Me estaba tomando el café mientras hojeaba hojas sueltas, sin demasiado interés. Algo llamó mi atención. 

No soy más que un detective que trabaja en la policía, pero no soy nadie importante. Mi trabajo no se parece en nada a los detectives de las películas y series que detienen a grandes organizaciones y resuelven difíciles enigmas. Paso mis días resolviendo casos menores que no requieren de un gran intelecto para solucionarlos. Nadie sabe cómo me llamo, ni dónde vivo, ni mis gustos o aficiones, tampoco tengo grandes aspiraciones ni tengo una vida interesante. 

Pero cuando vi el resumen de aquel caso, me interesó tanto que no pude evitar leerlo entero. El archivo hablaba sobre unas recientes desapariciones. Eran gente ciertamente aleatoria pues no tenían nada en común: ni eran ricos, ni famosos, ni poderosos... 

Pero lo que me llamó la atención de aquel caso fue cómo, en las habitaciones de todos los desaparecidos, siempre se encontraba una única pista: una mera carta de póker, concretamente, un as de picas. No sé el porqué del interés que esto me generó, pero por primera vez desde que llegué a esa comisaría, me sentía motivado. 


Ese mismo martes por la noche, un joven universitario llamado Carlos se encontraba estudiando en su habitación, un pequeño cuarto que contaba con una cama al fondo y una mesa a la izquierda, justo al lado de una ventana. En la pared derecha se encontraba un armario empotrado, donde Carlos guardaba la poca ropa que usaba a diario y libros variados, pues le encantaba leer. Aquella noche, el compañero de piso de Carlos estaba fuera, así que el usual escándalo que la televisión del salón provocaba en todo el apartamento cuando su compañero de piso la veía, no se escuchaba. 

El único ruido que sonaba en la habitación de Carlos era el rítmico sonido de las agujas del reloj, que en algún momento, pararon. Carlos, que se había acostumbrado al sonido, se levantó extrañado a ver qué le sucedía al reloj. Las agujas marcaban las 10:43 de la noche. Miró su reloj de muñeca para poder ajustar la hora del de la pared correctamente. El reloj de muñeca estaba misteriosamente parado también, con las agujas marcando las 4:30. 

A la mañana siguiente, el compañero de piso de Carlos encontró en su escritorio una carta de póker, concretamente, un as de picas.


Al día siguiente me levanté temprano como siempre y bajé a desayunar. Vivo solo en una amplia casa de campo a 20 minutos de la ciudad. Es una casa de dos plantas con un gran salón, un comedor y una cocina en la planta baja y el baño, mi estudio y mi habitación en la planta alta.

Al terminar de desayunar, crucé el jardín y llegué hasta mi coche. 23 minutos exactos me toma llegar a la comisaría donde trabajo. Empiezo a trabajar a las 8 de la mañana usualmente pero ese día llegué algo más temprano, a las 7:40, así que decidí ir a hablar con el comisario sobre el caso del que había leído el día anterior.

No es muy difícil notar cuando el comisario está enfadado, y menos cuando está gritando histéricamente de un lado para otro. Cuando me acerqué a él se calmó un poco y entonces pude preguntarle sobre lo que pasaba.


-Ya van tres esta semana- exclamó. -Llevamos tres meses recibiendo constantes reportes de desapariciones y la única pista que tenemos son cartas de póker para parar un tren.


Le conté que estaba interesado en llevar a cabo la investigación de este caso y le pedí más información. Costó convencerle para que me ayudara, pero creo que mis evidentes ganas de trabajar en ello, le acabaron convenciendo. Me dio todos los detalles de las desapariciones y me entregó archivos más extensos que los que encontré en mi mesa el día anterior. Le dí las gracias y me marché rápidamente a mi escritorio, ansioso por leerlo todo.


Carlos se levantó sin recordar nada de lo que había sucedido, ni siquiera recordaba su nombre. No tenía nada encima, únicamente su reloj de muñeca, que se había parado marcando las 4:30. Se encontraba en un extenso jardín lleno de flores y rodeado por un alto muro de ladrillo que se extendía hasta donde alcanzaba a ver. Tras una larga caminata sin saber muy bien lo que estaba sucediendo, Carlos encontró a una muchacha rubia sentada al lado de unas margaritas mientras las miraba fijamente.


-¿Hola? -preguntó algo asustado Carlos.


La chica ni siquiera se giró a mirarle.


-¿Quién eres? -insistió.


-Ayúdame. Respondió sin dejar de mirar a las margaritas.


Carlos estaba a punto de articular una pregunta, pero perdió el conocimiento de repente.


Estuve dos horas leyendo documentos y comparándolos hasta que vi algo que me llamó la atención. La dirección de los padres de las víctimas. Parecía un detalle minúsculo que ni siquiera sé cómo llegué a notar, pero investigando descubrí que las direcciones que tenían los padres de las víctimas en sus DNIs no existían, pero todas tenían algo en común. La dirección de los padres de Carlos, el chico desaparecido la noche anterior, era: calle corazón, nº 7. La dirección de los padres de una chica desaparecida la noche anterior era: calle diamante, nº 5. 

Era evidente, no había ninguna calle en la ciudad que tuviera esos nombres, pero todos tenían en común que hacían referencia al póker. Encontré direcciones de la calle corazón, la calle pica, la calle diamante y la calle trébol.

Esto suponía un descubrimiento enorme, pues por fin había hallado un patrón entre las víctimas, así que inmediatamente me puse a investigar para descubrir cuál sería la siguiente víctima.


El reloj marcaba las 3:15 de la tarde cuando por fin encontré lo que buscaba. Muchas más personas tenían direcciones parecidas, todos tenían la calle de un palo distinto y un número que iba del 1 al 12. Examiné las direcciones de los padres de los desaparecidos en busca de un patrón, y lo averigüé. Cada persona desaparecida era el siguiente número impar (pues todos los pares ya habían desaparecido) y el siguiente palo, siguiendo un orden de: picas, diamantes, corazones y tréboles. Siguiendo este orden, sabía que la siguiente víctima sería alguien que viviese en la calle trébol, nº 9. Encontré una pareja cuya dirección correspondía a la señalada. Era un matrimonio bastante rico que llevaba una importante empresa de textiles. Tenían dos hijos, pero uno falleció en un accidente muchos años atrás. El restante se llamaba Lucas, y había heredado la empresa de sus padres. Entonces sabía quién era la víctima, pero no cuándo y dónde sería raptado. 


Le conté todo al comisario y aunque me costó convencerle, mandó agentes para que fuesen al domicilio de Lucas. El reloj marcaba las 4:54. Carlos volvió a despertar súbitamente en el mismo jardín en el que se desmayó, pero esta vez había alguien delante suya. Una mujer de unos 30 años trajeada, lo que le hacía imponer bastante, se encontraba delante de él. La mujer tenía el pelo corto y castaño, con los ojos del mismo color. Carlos se puso en pie y le preguntó qué sucedía. La mujer entonces le explicó su situación. Estaban completamente encerrados en aquel jardín que parecía un laberinto. Tenía una extensión abismal y un gran muro lo rodeaba todo. Además, si intentabas abrir la puerta que se encontraba en algún lugar de aquel infinito obstáculo que les impedía salir, se desmayaban sin motivo aparente. La mujer le explicó que llevaba allí dos semanas y recuerda poco más que su nombre. Despierta y se desmaya de forma arbitraria y, a veces, ve a más personas, pero casi nadie ha sido capaz de mantenerse cuerdo allí dentro. Además, nunca siente ni hambre ni sed, lo cual le parece muy extraño dado el tiempo que lleva allí.


Carlos se sintió atemorizado al no entender lo que estaba sucediendo, pero entonces la mujer continuó.

Recorriendo una kilométrica distancia hacia el centro del jardín, se encontraba una amplia casa de campo, una construcción de ladrillo decorada con símbolos de póker. La mujer explicó que una vez se acercó a la casa, pero al poner la mano en el pomo, perdió la conciencia y despertó de nuevo al lado del muro. Carlos seguía sin entender nada y la mujer lo notó. Rápidamente intentó cambiar de tema, y le preguntó por su nombre.


El reloj marcaba las 4:26 cuando Lucas se encontraba recogiendo su despacho para irse a comer. Lucas era un joven de veinte pocos años que había heredado una importante empresa textil tras la muerte de sus padres. Tenía el pelo rubio y los ojos marrones. Era un chico alto y delgado, y su poca masa muscular le hacía parecer incluso más joven de lo que era en realidad. Sobre él cargaba una gran responsabilidad, pero nunca le había preocupado, era una persona muy organizada e inteligente. Tras terminar de guardar todas sus pertenencias en una antigua bolsa de cuero, se dirigió hacia abajo por las escaleras, despidió a la recepcionista de su empresa y se fue a su casa. Se subió en el lujoso coche que su alto sueldo le permitía poseer, y lo arrancó. Miró su reloj, que marcaba las 4:30. Se quiso dar prisa, pues a las 5:00 había quedado con sus amigos para ver un partido de tenis, deporte del que era gran aficionado.  Al cabo de un rato, agobiado por el tráfico, miró su reloj para ver si tenía tiempo para llegar a su casa, dejar las cosas y marcharse a ver el partido. El reloj seguía marcando las 4:30, por lo que rápidamente entendió que se había parado, pero no le dio mayor importancia.


Cuando la policía llegó al domicilio de Lucas, a las 5:10 aproximadamente, encontraron la puerta abierta y su teléfono móvil encima de la mesa del salón, el cual empezó a sonar. Cuando descolgaron la llamada, un grupo de jóvenes preguntaban por el chico argumentando que era su amigo y que había quedado a las 5:00 pero no había llegado. Entonces un compañero del agente que atendía la llamada señaló al suelo, impactado. Allí se encontraba una mera carta de póker, concretamente, un as de picas.


Carlos tomó la decisión de investigar la casa sobre la que aquella chica, de nombre Laura, le había hablado. Se despidió de su nueva amiga y echó a andar hacia el centro del jardín. Tardó aproximadamente una hora en llegar a una gran casa llena de decoraciones de póker. Las persianas de la casa estaban echadas y no veía ninguna forma de entrar. Pasó un rato dando vueltas alrededor, cuando de golpe, vio una silueta que le observaba en silencio desde una ventana abierta en la planta baja. No llegaba a distinguirla muy bien, solo era capaz de ver sus ojos, profundamente negros. Luego la silueta desapareció y a los 30 segundos, se abrió la puerta de la casa. Una persona se asomó pero antes de que pudiera verla, perdió la conciencia.


A las 6:00 de la tarde, recibí una llamada del comisario, alertando sobre la desaparición de Lucas. Rápidamente, dejé todo lo que estaba haciendo y salí por la puerta. Llegué hasta mi coche y arranque para ir a comisaría. Cuando llegué, el comisario me explicó lo sucedido y me dijo que debía encontrar a la siguiente víctima, porque por fin sabíamos el patrón de las desapariciones y podríamos capturar al culpable de todo. Fui a mis archivos y busqué el nº11 de la calle pica. 


Cuando Carlos volvió a despertar, estaba en un lugar completamente distinto al jardín. Era un precioso salón con una decoración muy clásica y un gran piano en el centro. Por los grandes ventanales que daban al exterior, supo que era de noche, pero la habitación estaba iluminada por una ornamentada lámpara de techo y una vieja chimenea. Carlos estaba sentado en un sillón, pero era incapaz de moverse, su cuerpo no reaccionaba. Delante de él se encontraba la figura de un hombre alto y con ojos negros. El pelo corto y despeinado, del mismo color que los ojos. Sin embargo, tenía la vista muy nublada y era incapaz de discernir su cara. Antes de que Carlos pudiera preguntar nada, el hombre habló.

-Sé que no sabes dónde estás.- dijo una profunda voz. -Bienvenido a mi casa. Soy un humilde señor sin identidad que vive aquí apartado de todos. 


-¿Qué quieres de mí? -preguntó Carlos al borde de las lágrimas. 


-¿No recuerdas nada? -se extrañó aquel hombre. -Estamos en el nº 1 de la calle pica, ¿te suena de algo?


Entonces Carlos súbitamente sintió un escalofrío. Cuando él era pequeño, sus padres vivían en una urbanización de casas apartadas de la ciudad. Eran viviendas muy caras que sus padres pudieron costear porque eran gente influyente en aquella época. Era una urbanización creada por un multimillonario que solía jugar al póker. Entre sus muchos proyectos de inversión, creó aquellas 48 casas.

Un día, una familia muy modesta llegó a aquella urbanización. Eran amigos del dueño de las casas, y ante los problemas económicos que tenían los padres, decidió dejarles vivir en una mansión que nadie había comprado, la nº 1 de la calle pica, hasta que fuesen capaces de costearse otro lugar. 

Los ricos que allí vivían, vieron ofensivo que una familia con tan bajos recursos pudieran vivir cerca de ellos, que se sentían privilegiados por las casas que tenían. Ante este rechazo, la familia se vio enormemente rechazada por sus vecinos. Un día, mientras el niño de la familia jugaba al balón, golpeó sin querer el coche de uno de los ricos que vivían en su calle, destrozando completamente el parabrisas y abollando el capó. Tal fue la soberbia que sentían los vecinos hacia esa familia, que una noche tomaron medidas drásticas.


Era un día cualquiera de octubre a las 4:30 de la mañana cuando la casa nº 1 de la calle pica empezó a arder. Después de aquel incidente, y debido a la enorme influencia de aquellas familias, la policía hizo la vista gorda y se derrumbó toda la urbanización para no dejar rastro de lo sucedido. De aquella familia de pobres no sobrevivió nadie, o eso se creía, porque el hombre que se encontraba delante de Carlos era aquel niño que un día, jugando con él y otros niños de la urbanización, destrozó el coche de sus padres.

Después de aquel incidente, todos los padres murieron por accidentes y enfermedades y ya solo quedaban los hijos, que eran las únicas personas que sabían lo que allí sucedió realmente.


-Veo que por fin recuerdas. -dijo el hombre.


-Es imposible, tú deberías estar muerto. - exclamó Carlos aterrorizado.


El hombre se levantó de su asiento y le dio la espalda a Carlos. Entonces habló.


-Una persona puede morir, pero las ganas de venganza y el dolor que hay en ella, no.


La aparición del cadáver de Carlos, el chico que desapareció dos días antes, fue el colmo del asunto. Se encontró el cuerpo de aquel joven tirado en medio de la calle, cerca de la comisaría. No tenía ninguna herida externa y tampoco se le detectó veneno en la sangre. Es como si sencillamente se hubiese dormido. Entonces el comisario estalló. El tema se ponía cada vez más serio, y por si no fuera poco todo lo que estaba pasando, ese día desapareció otra persona más. El patrón había cambiado y no era la persona que se esperaba. Todo el cuerpo de policía buscó a las personas cuyos padres vivían en las calles indicadas para protegerlas y encontrar al culpable, al as de picas, que así habían bautizado por su modus operandi. 


Pasó un mes y seguían sucediéndose desapariciones. Aún con todo el cuerpo de policía volcado el caso, las cartas de póker seguían apareciendo y los hijos de los ricos seguían desapareciendo. En todas las casas, se descubrió que los relojes se habían parado a una hora muy concreta, las 4:30 de la madrugada.

Pero concentrado en el caso, el comisario olvidó un detalle. Aquel detective que un día le contó el patrón que seguían aquellas desapariciones. No recordaba ni su nombre, ni su cara. Todos los hijos de los ricos acabaron uno a uno en aquel hermoso jardín, y todos aquellos que descubrieron más de la cuenta, se encontraron muertos. Pero la policía no era capaz de encontrar al culpable. Yo no volví a aparecer por la comisaría desde aquel día.


Y nunca descubrirían quién fue, porque como suele pasar, nadie se acordaba ni de mi cara, ni de mi nombre, ni saben que vivo en una gran casa de campo a 20 minutos de la ciudad, decorada con símbolos de póker y con un enorme jardín. Nadie lo recordaba porque no era interesante, porque la gente tiende a olvidar y rechazar lo que no consideran importante, hasta que se arrepienten. Nadie sabría nunca nada de mí, y el que lo hiciese acabaría vagando entre mis flores para la eternidad y el único rastro que quedaría de él sería una mera carta de póker, concretamente, un as de picas.

                                                                
Mario Alcázar Palacios (3ºESO-F)

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