jueves, 4 de noviembre de 2021

Cúrame

 

Sonya Gray. Sábado, 15 de febrero. 

— ¡Te veo mañana! 

—Claro, honey —dije separándome de la casa de Sabrina a zancadas. 

Había sido una de esas tardes imposibles de olvidar. Habíamos ido a comprar, luego a  casa de ella a ver un maratón de Fear Street con dos botes grandes de helado y muchas  risas. Que se nos acabaron con la primera puñalada de las películas. Nos lo habíamos pasado tan bien que se nos había ido el tiempo volando y antes de que  nos diéramos cuenta ya eran las una de la noche y sus padres me dijeron que ya era hora de que me fuera. 

No tenía problema. Mis padres estaban en la boda de una amiga y no sabrían que yo  había llegado a casa a esas horas.  Levanté la vista hacia el cielo estrellado. Era noche de luna nueva y hubiera estado muy  oscura de no ser por la tenue luz que emitían las farolas de la calle.  Las calles vacías y en silencio, las estrellas... Todo me daba una sensación de  tranquilidad que raras veces sentía. Caminé despacio. Disfrutaba del ambiente. Incluso tomé mis auriculares y puse una  canción de Olivia Rodrigo, la de 1 step forward and 3 steps back.  Called you on the phone today just to ask you how were... 

Calle tras calle, la canción se acabó y empezó otra. Me relajé por completo y pasé el resto del camino pensando en lo que iba a hacer cuando llegara a casa.  Me iba a dar un buen baño, de esos que duran más de una hora, hacerme unos brownies  al microondas y tumbarme en la cama a ver Anne with an E hasta que me diera sueño. 

Cruzo la última calle que queda hasta llegar a la mía y hay un grupo de personas  sentadas alrededor de un coche. 

Nada de qué preocuparse, era normal que hubiera gente de botellón a esas horas y, si no  iban muy borrachos, eran inofensivos. Tal vez uno o dos piropos desagradables, pero  nada grave.  Paso por delante de ellos incómoda, no me gustan sus actitudes. 

Oigo un silbido proveniente de un hombre sin camiseta que está sentado en el suelo.

— ¡Vaya virtudees!  Camino aun más rápido sin mirarlos. 

— ¿Damos una vuelta, preciosa?  Uno de ellos se acerca a mí. Mi puerta está al final de la calle, si tan solo...

— ¡No, gracias! 

— ¿Qué hace una tía tan buena aquí sola a estas horas?  Se están pasando ya. 

— Irme a mi maldita casa, si no os importa. 

— ¡Uuuuh!— se burlan — ¿Eres una chica difícil, eh? Cómo me ponen las tías así.

Quería cerrarles la boca de una vez y por eso hice la mayor estupidez que puede hacer  alguien.  Me planté en frente de ellos con los brazos en jarra. 

— Mirad, no soy ninguna perrita vuestra. Idle a molestar a vuestra madre. Y muy digna me giré para irme. 

Pero alguien me agarró de los brazos. 

— ¡Suéltame! —chillé retorciéndome. 

Giré la cabeza y era el hombre que iba sin camiseta. Huele a suciedad acumulada, y  cuando abrió la boca, a tabaco y alcohol. 

— Uy, no, cariño. Yo no te voy a soltar hasta que consiga de ti lo que yo quiero. 

Alarmas de pánico se desataron en mi cabeza. El hombre me soltó y los otros tres  caminaron entre risas ebrias hacia mí. 

Intenté salir corriendo, pero uno me puso la zancadilla y caí al suelo de boca. Los cuatro  se cernieron sobre mí. Abrí la boca para chillar y uno de ellos puso una mano mugrienta y  sudorosa sobre ella. Llorando ya de miedo, la mordí, y él me pegó un bofetón en la  mejilla. Dos me agarraron de brazos y piernas. 

Uno se quitó la camiseta, la enrolló y la usó para atarme la boca. Yo no podía más que  sollozar en silencio. Solté mi mano e intenté darle un puñetazo en la cara al que me había puesto la camiseta y él sacó algo de su bolsillo y me lo apoyó en la garganta.  Una navaja abierta. 

— Muy bien, gatita. Ahora estás quietecita y en silencio si no quieres que te meta esto en  el cuello y nos gocemos tu cadáver. 

Asentí entre convulsiones de miedo y de pánico. 

Dios mío, dios mío, por favor, ¿qué van a hacerme? 

—Lleváosla al coche.

NO NO NO NO NO, POR FAVOR, POR FAVOR. 

Ellos soltaron amplias risotadas y uno de ellos metió su mano bajo mi camiseta.

— ¡Eh, no vas a comer antes de nosotros! 

QUE ALGUIEN ME AYUDE, POR FAVOR. QUIERO MORIR, POR FAVOR, DIOS,  MÁTAME. 

Me levantaron del suelo y me llevaron al asiento trasero del coche. Me desataron y se  sentó uno de ellos a cada lado, el hombre de mi derecha con la navaja en el puño. Quiero decir que intenté escapar, que me defendí, pero tenía demasiado miedo. El de mi izquierda empezó a acercar su cabeza a mi cuello y yo cerré los ojos, esperando  no sentir nada si hacía eso mientras ése asqueroso pasaba la lengua por mi cuello.  El coche se detuvo frente a una casucha de un callejón de mala muerte. Me llevaron a  rastras dentro y una vez ahí, me tiraron en una cama.  Lloré, les supliqué que me dejaran ir, que les daría lo que quisieran, pero nadie me  escuchó. 

Se sentaron en la cama y comenzaron a arrancarme la ropa con manos crueles y  despiadadas, me dejaron en ropa interior y empezaron a manosearme, metiendo sus  asquerosas manos en lugares donde yo jamás había permitido el paso a ningún chico. Y cuando ellos se cernieron sobre mí con ojos cargados de lujuria y de desprecio, cerré  los ojos y todo a mi alrededor se volvió oscuridad. 

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Desperté en mitad de mi calle, toda desnuda y tapada con una sábana. A mi lado estaba  toda mi ropa.  Y recordé lo que había pasado y tapé mi boca con mis manos, sollozando con fuerza. Algo se había roto dentro de mí. Rebusqué en mi pantalón, que estaba arrugado a mi lado. Faltaba mi dinero y mi MP4,  pero mi llave sí estaba. Entré a mi casa y me tiré en el suelo, al lado de la puerta. Lloré a gritos, entre temblores y  dolor que recorría todo mi cuerpo. Nunca supe cuánto tiempo había pasado allí.  Me habían violado. 

Entré al baño, me miré al espejo. Tenía una marca roja por toda la mejilla, recuerdo del  guantazo de aquel desgraciado. Tenía señales así en mis pechos, mi abdomen, mis  nalgas y mis piernas. Desaparecerían tras un tiempo, pero las cicatrices que habían  dejado en mi alma tardarían mucho más. 

Me metí bajo la ducha, abrí la regadera y dejé resbalar el agua sobre mi cabeza,  observando el cómo caían gotas de sangre de entre mis piernas.  Me encerré en mi cuarto y lloré hasta quedarme dormida. Soñé que veía una película con  Sabrina y comíamos brownies de microondas. 

Sonya Gray 

Auriculares puestos.  Capucha subida.  Brazos cubiertos hasta las muñecas.  Y mucho maquillaje disimulando mis ojeras y recuerdos de los golpes. Así entré un mes más tarde al instituto.  He tirado todos mis tops de colores, todos mis shorts cortos y mi falda blanca.  He convertido mi armario en cinco sudaderas grises y negras y en pantalones anchos y  descoloridos.  Que ni una sola parte de mi cuerpo esté a la vista.

Porque me siento insegura cada vez que alguien pone su mirada en mi piel. Y cada vez  que mi psicóloga me coge la mano. Y hasta cuando mi padre me abraza.  He pasado un mes de mierda. 

Mis padres me encontraron hecha un ovillo y me llevaron al hospital corriendo. Tres días ingresada, escuchando informes de los daños y un largo etcétera. Me llevaron a casa y me negué a salir de ella.  Fueron a denunciar y cuando llegué a comisaría las descripciones de mierda que di no  ayudaron en nada.  Ah, y la culpa era mía según las preguntas de los agentes. 

¿Qué hacías sola a esas horas? 

¿Llevabas puesto algo indecente? 

¿Los provocaste de alguna forma? 

¿Te defendiste? 

Creí que me ayudarían, pero lo que hicieron fue empeorarlo todo.  Una semana más tarde llegaron los pensamientos.  Esos pensamientos tabúes para la sociedad, pero que están presentes en las mentes de  miles de personas. 

Acaba con esto. No puedes volver en el tiempo. En todo caso nadie te va a echar de menos. 

Estás contaminada, ya no eres nadie. Y sí, sí era tu culpa. 

No pedí ayuda. ¿Qué iba a decir?  Esto ya era asunto mío y nadie podía auxiliarme. 

Y creí que cortando en mis brazos cada día ayudaba a mitigarme. Creí que  concentrándome en el dolor que recorría mis brazos igual que la sangre que goteaba de  mis heridas, se disipaba el dolor que había anidado en mi mente.  Me equivocaba. 

Vendaba mis brazos y los tapaba con mangas largas, así nadie se daba cuenta. Y me iba deteriorando cada vez más.  Dejé de responderle a Sabrina y a Álvaro.  Borré todas mis fotos de Instagram y mis videos bailando en TikTok. Dejé de quedar, y de buscar excusas para salir. 

Dejé de hablar con chicos. Dejé de leer historias románticas. Sonya Gray dejó de existir. 

 Ahora yo solo era un fantasma que vivía encerrado en una habitación con una cuchilla de  sacapuntas como mejor compañera.  Mis padres se preocuparon mucho por mí. 

Y decidieron que ya debía volver a clases. Lloré, pataleé y grité, pero no sirvió de nada.  Al día siguiente me planté frente a la puerta del Instituto.  Y entré mirando al suelo para que no se fijara nadie en mí. Pero todo el mundo sabía lo que me había pasado.  Y no pude dar ni dos pasos sin escucharlos sobre los auriculares. 

Me llamaban, me decían palabras que no entendí.  Y yo seguí caminando hacia delante. Pero era obvio que alguien se acercaría a mí. 

—¿Tú eres la Sonya esa? Levanté la mirada y me encontré a una chica de la otra clase con la que no había hablado nunca. 

—¿Y tú quién eres? 

— Escúchame, tú eres la niña a la que han violado ¿verdad?  Una ola de frío me recorrió la espina dorsal. 

—¿Te importa?  La chica se iba a acercar más a mí, pero llegó alguien y se plantó en frente de ella.

— ¿Tú qué  haces? La otra persona era Sabrina. Mi mejor amiga, la última persona que había visto aquella  noche.  Ella me agarró del brazo, me llevó hacia el baño y cerró la puerta. Nos miramos. Y ella, sin decir nada, me dio lo que yo necesitaba. Me abrazó. Los muros que yo había estado intentando construir se derrumbaron.Comencé a sollozar sobre su hombro. Nos separamos y nos miramos a los ojos durante un rato. 

— Te he echado tanto de menos, Sonya. 

— Sabrina, Sabrina, he pasado semanas ignorándote a ti y a Álvaro, lo siento tanto,  hermana... 

— Y te entiendo, mi vida. Tenías que recuperarte. ¿Cómo estás? 

— Mejor. Sabrina, tengo miedo, me van a preguntar cosas y yo no quiero, y no quiero que se me acerquen los chicos. 

— Pues estás de suerte. Ayer se fueron todos los del último curso y hoy vienen los de  intercambio de Estados Unidos. Va a haber desconocidos en el instituto. Gente nueva que nadie sabe qué pueden estar ocultando. Sabrina no advierte mi expresión de terror. 

—Así seguro que la gente no se va a fijar tanto en lo tuyo cuando lleguen. —¿Cuándo llegan? 

— Mañana. Asiento y luego me acuerdo de alguien. 

— Oye, ¿Álvaro...? 

— Él lo sabe. Dice que va a estar contigo si le necesitas, pero no te quiere agobiar. —¿No se ha enfadado? 

—¿Por qué iba a enfadarse? 

—Bueno...

— Oye, tenemos que irnos antes de que se den cuenta los profesores de que no estamos. Me dispuse a irme pero Sabrina me agarró del brazo. Del que estaba vendado. Me envió  una ola de dolor por todo el cuerpo. 

— Quítate la capucha, Sonya. 

— No puedo. 

— Hija, pero si no quieres llamar la atención, así vas a conseguir todo lo contrario. — Es que no quiero. Ella se puso frente a mí y me bajó la capucha mirándome a los ojos. 

— No tienes que taparte la cara de esa forma, Sonya. Tranquila. Voy a estar contigo todo  el rato. La miré inquieta. 

— Vamos, vamos... Tu pelo es precioso, bebé, y tus ojos. No dejes que el mundo se  quede sin ellos—sonrió. Y dándome la mano, salimos juntas de allí. 

La gente dejó de acercarse. No de mirarme, pero sí de hablarme. Sabrina era una de las  chicas más populares del instituto, y no solo por lo guapa que era, si no porque sabía  hacerse valer entre todos y más de una vez le había pateado el trasero a quien la  molestara.  Con ella, me sentía a salvo. 

En el pasillo de clase, nos encontramos con un chico. Probablemente la segunda persona a la que había echado más de menos . Y era un chico, sí, pero era uno de mis lugares seguros. Y yo sabía que son muy pocos  los hombres de mierda que podían hacerle a una chica lo que me hicieron a mí, pero aún  son menos los que valen tanto como él. Y a pesar de eso, mi cuerpo se encogió automáticamente. 

— ¡Sonya! Has vuelto. 

— Anda. Vete a tu clase, Álvaro. 

—Tengo clase libre. 

— ¡Mentira, ahora te toca tecnología! 

— Eso, clase libre. Es que me han dicho que ha vuelto la diva, la potra, la perra...

—Álvaro... 

—Tú y yo tenemos que ponernos al día. Te vas a cagar con lo que me ha pasado. —Hazme el favor de irte . La amistad de Sabrina y Álvaro se basa en molestarse entre sí. 

Álvaro. Mi mejor amigo y vecino de enfrente desde los cinco años. Nos encontramos en  los columpios un día de lluvia en el que los dos nos habíamos escapado, yo para jugar  con el barro y él porque sus padres se estaban gritando. Intentó cortarle una trenza a  Sabrina cuando teníamos siete años y así la conocimos a ella. 

Los dos a lo largo de los años habíamos hecho un lazo entre nosotros que no se podía  romper ni con unas tijeras de titanio. Cuando sus padres peleaban en su casa, él se venía a la mía. Hicimos una casa del árbol a los 10 años y se nos cayó encima. Cuando yo  lloraba a los trece porque me sentía insuficiente e insegura, él me secaba las lágrimas; y  un día, a los quince años, él me contó que era bisexual. 

Y ese día, en mi cuarto, mirándonos a los ojos, me di cuenta de lo que éramos el uno  para el otro. Que él me había contado a mí un secreto que llevaba acarreando tanto  tiempo, que confiaba en mí igual que yo en él.Y mientras nos abrazábamos en silencio, me juré que nunca, jamás, me iba a separar de  él. Yo no sabía que él, al mismo tiempo, estaba pensando lo mismo.

Él me dirigió una mirada pícara antes de decirle a Sabrina que podía meterse la clase de  tecnología por donde quisiera. Y Sabrina reaccionó con una patada 

Y esa fue la razón de mi primera carcajada en un mes. Mis mejores amigos. Sabrina y Álvaro. Y la verdad, es que yo había entrado al instituto ese día angustiada, sola y muerta de  miedo, pero salí riendo, con Sabrina y Álvaro al lado. 

El primer día que yo había vuelto a clase, era el día más difícil. Era el día que "la niña que habían violado" iba a volver, que sería toda una novedad y que muchos la mirarían. Pero  me fui de ahí aliviada, porque supe que desde ese momento seguro que todo iría mejor. No sabía cuánto me equivocaba hasta que entré en mi casa. Porque en mi casa regresaban los pensamientos que me invadían cuando estaba en  completa soledad. Soledad. Es una palabra que puede significar muchas cosas. Hay gente que disfruta la soledad  cuando piensan en su lado positivo. Pero también puede ser muy dolorosa Me gustaría poder explicarlo. Pero… es difícil explicar lo que es la soledad cuando no tienes a nadie que te escuche.

                                                             Rim Halimi (3ºESO-A)

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