martes, 16 de enero de 2024

La curiosidad mató al gato...


Alberto no podía apartar los ojos del arma que lo apuntaba. Tampoco podía hablar. Estaba realmente asustado. En ese momento recordó...
Alberto era un importante empresario italiano independiente que tenia un gran papel dentro de su ciudad natal, Nápoles. Esto llamaba la atención de los grandes capos de la mafia, por lo que ya lo tenían fichado en caso de que hiciese algo que los provocase. Un día, Alberto recibió una carta escrita con pedazos arrancados de periódico. La carta leía lo siguiente:


“Hola señor, hemos visto que eres bastante importante y que tu palabra puede tener un importante impacto dentro del colectivo de Nápoles. Esperamos que no uses dicha influencia para perjudicarnos. Atte: Passione”.

Alberto en un principio no entendía lo que estaba viendo, aunque el nombre Passione le resultaba familiar, de un pasado lejano. Él venía de una familia de bajos recursos y trabajaba en las calles para poder comer.  De repente, su padre trajo mucho dinero a casa, unas 232 mil liras italianas, lo que al cambio serian 120€. La familia era feliz y su padre cada vez traía más y más dinero a casa hasta que un día apareció muerto en la Plaza del Plebiscito. Fue entonces cuando Alberto se enteró de que su padre era parte de la mafia italiana conocida como Passione.

Todo ese dinero que los había posicionado en una buena situación económica era dinero sucio, conseguido a base de asesinatos, extorsiones, trafico de drogas y de más actividades ilegales. Cuando vio el cuerpo de su padre también notó que llevaba una nota de suicidio en el bolsillo de la chaqueta. Alberto no podía creer que la nota fuese verdad, ni siquiera tenía la letra de su padre, pero ¿Si no fue su padre, entonces quien fue?. Aquella pregunta lo persiguió por muchos años, pero al no poder hacer nada terminó olvidándola.

De vuelta en su casa, Alberto decidió que era momento de intentar investigar quién
fue realmente su padre y cuál fue la razón de su asesinato, por lo que se dispuso a entrar en  Passione y averiguarlo desde adentro. Consiguió un carnet falso para que no se sospechase  de él por lo que cambió su nombre a Cesar.

Comenzó su búsqueda por los barrios bajos de Nápoles, preguntando a cualquier
individuo que pudiese ser parte de la organización hasta que dio con el indicado, un traficante que estaba intentando vender su mercancía, Alberto se acercó e inmediatamente le preguntó:

-¿Eres parte de Passione?

El vendedor se asustó en un principio, temía que fuese un policía en cubierto y negó en todo
momento hasta que Alberto dijo:

-¿Sabes donde puedo unirme a la mafia?
-Pensaba que eras un policía que intentaba delatarme, pero si tienes ganas de entrar entonces 
sígueme.

Acompañó al extraño sujeto hasta un edifico en condiciones desastrosas y fue entonces cuando le presentaron al capo del grupo, un extraño sujeto de alta estatura con un pelo negro teñido y una vestimenta extravagante con muchos botones por todas partes. El capo se hacía llamar Bruno y aceptó que Alberto entrase en su grupo. Sin perder tiempo comenzó a preguntar por su padre, pero nadie parecía conocerlo. Todos eran muy jóvenes y desconfiaban bastante de él. Entonces Alberto fue a preguntarle a Bruno:

-¿Sabes algo de un hombre llamado Leonardo? Fue un antiguo miembro del grupo criminal y misteriosamente desapareció. Era un cercano amigo de mi padre y el que me llevó a intentar unirme.
-Me suena ese nombre, recuerdo haber estado en su mismo grupo cuando empecé, era muy 
noble y estaba en contra de todo lo que nos mandaban a hacer desde arriba, el solo lo hacía por su familia.

Alberto se quedó aliviado al escuchar esto, empezaba a creer que su padre era otro mafioso 
más, pero se alegro al saber que no. Al haber completado su objetivo, el no tenia intenciones de continuar en el grupo criminal e intentó escabullirse varias veces, llamando la ateción de Bruno:

-¿A donde crees que vas?
-Intento irme a casa.
-No te lo vamos a permitir, si te vas, nada nos asegura que no vas a delatar nuestra posición.
-No lo haré, no tengo nada contra ustedes.
-Lo lamento Cesar, te llevaremos con el jefe.

Alberto empezó a temer por su vida, estaba a punto de conocer al jefe de todo passione, Su corazón empezó a acelerarse mientras más se acercaba el momento de conocerlo, ese día sería decisivo. Unos metros antes de llegar lo noquearon y cuando despertó Alberto no podía apartar los ojos del arma que lo apuntaba. Tampoco podía hablar. Estaba realmente asustado. Podía ver su vida pasar frente a sus ojos, cada momento, cada decisión, todo lo llevo a ese lugar. Entonces escuchó una voz desde las sombras:

-Miren nada más, es Alberto ¿Te llegó nuestra carta?
-¿Quién eres? ¡Por favor no me mates!
-Jajajajaja, tranquilo, aun no te vamos a matar, queremos saber ¿que buscas dentro de passione?
-Buscaba saber que le ocurrio a mi padre años atrás
-¿Quien fue tu padre?
-Leonardo, formo parte de passione hace muchos años
-Me acuerdo de él, lo mandé a matar por su incompetencia, al igual que tu el intentó escapar y yo no podía arriesgarme a que se desmorone todo por su culpa. Así que tu sufrirás el mismo destino.

Lo último que pudo escuchar Alberto fue el sonido de la pistola disparando directamente a su cabeza.

                                                                        Matteo Granjel Inguanzo 4ºE

La casa abandonada

                      


Siempre me había llamado la atención aquella casa abandonada al final de la calle.
Era una construcción antigua, de piedra y madera, con las ventanas rotas y el
tejado hundido. Parecía sacada de una película de terror, y los niños del barrio
se atrevían a lanzar piedras o a acercarse a la puerta, pero nadie se atrevía a entrar.


Yo era diferente. Me gustaba explorar lugares misteriosos y sentir la adrenalina de lo desconocido. Así que una tarde, cuando el sol se ponía en el horizonte, decidí entrar en aquella casa abandonada. Llevaba una linterna, una navaja y una mochila con algo de comida y agua. No sabía qué me iba a encontrar, pero estaba dispuesto a averiguarlo..


Crucé el jardín descuidado, lleno de maleza y basura, y llegué a la puerta principal. Estaba cerrada con un candado, pero lo rompí con la navaja y empujé la puerta con fuerza. Se abrió con un chirrido que me erizó la piel. Entré en el oscuro recibidor y encendí la linterna. Vi un espejo roto, un perchero vacío y una escalera que subía al piso superior. También había dos puertas a cada lado del recibidor. Elegí la de la izquierda y entré en lo que parecía ser el salón.


El salón estaba lleno de muebles viejos y polvorientos: un sofá, una mesa, una estantería, una chimenea... Todo cubierto de telarañas y manchas de humedad. En las paredes había algunos cuadros descoloridos, que mostraban paisajes y retratos. Me acerqué a uno de ellos y vi la cara de una mujer joven, de pelo rubio y ojos verdes. Tenía una expresión triste y melancólica. Me pregunté quién sería y qué le habría pasado.


Seguí explorando el salón y encontré una puerta que daba a la cocina. La cocina estaba igual de sucia y abandonada que el resto de la casa. Había platos, vasos y cubiertos tirados por el suelo, y un olor desagradable que me hizo taparme la nariz. En el centro había una mesa con cuatro sillas, y sobre ella, un periódico viejo. Lo cogí y lo miré. La fecha era del 15 de enero de 1984, y el titular decía: "Tragedia familiar: padre mata a su esposa e hijos y luego se suicida". Debajo había una foto de la familia: el padre, la madre y dos niños pequeños. La madre era la misma mujer del cuadro.


Sentí un escalofrío y solté el periódico. Aquella era la casa de la tragedia. Recordé haber oído algo sobre aquel suceso, pero no sabía que había ocurrido en aquella casa. Me pregunté qué habría llevado al padre a cometer aquel acto tan horrible. ¿Sería por dinero, por celos o por locura? ¿O habría algo más?


Decidí salir de la cocina y subir al piso superior. Quizás allí encontraría más pistas. Subí la escalera con cuidado, evitando los escalones rotos, y llegué al pasillo. Había tres habitaciones y un baño. Entré en la primera habitación, que era la de los padres. Estaba vacía, salvo por una cama deshecha, un armario y una cómoda. En la cómoda había un marco con otra foto de la familia, sonriendo. Parecían felices. ¿Qué habría cambiado?


Entré en la segunda habitación, que era la de los niños. Había dos camas, una con sábanas beige y otra con sábanas lila. En las paredes había pósters de dibujos animados y estrellas fluorescentes en el techo. En el suelo había juguetes rotos, libros y ropa. Parecía que los niños se habían ido de repente, sin llevarse nada. Me imaginé cómo sería su vida antes de la tragedia. ¿Irían al colegio, tendrían amigos, se divertían?


Entré en la tercera habitación, que era la más pequeña. Estaba vacía, salvo por una mesa y una silla parecía una sala de trabajo. Sobre la mesa había una máquina de escribir que tenía una hoja que ponía “Querido lector, esta novela está por terminar" , un montón de papeles y una botella de Jack Daniels, el fuerte olor que desprendía ese whisky se notaba desde muy lejos . Me acerqué y vi que los papeles eran el borrador de una novela. La novela se titulaba "La casa abandonada", y el autor era el padre de la familia. Empecé a leer el primer capítulo, y me quedé horrorizado. Era la historia de un hombre que entraba en una casa abandonada y encontraba los cadáveres de una familia asesinada. Era la misma historia que yo estaba viviendo.


Solté los papeles y retrocedí. Aquello no podía ser una coincidencia. Aquel hombre había escrito su propia tragedia, y yo la estaba repitiendo. ¿Cómo era posible? ¿Qué significaba? ¿Qué quería de mí? ¿Qué estaba pasando?


De repente, oí un ruido detrás de mí. Me giré y vi la puerta cerrarse de golpe. Intenté abrirla, pero estaba atrancada. Grité, pero nadie me escuchó. Estaba solo, atrapado en aquella habitación maldita.


Miré a mi alrededor, buscando una salida. No había ninguna. Solo había una ventana, pero estaba demasiado alta y no se podía abrir. La única esperanza que me quedaba era la mesa. Quizás allí encontraría alguna pista o alguna llave, alguna explicación o alguna solución.


Me acerqué a la mesa y abrí el cajón. Estaba lleno de polvo y telarañas, pero también había algo más. Algo que me hizo temblar de miedo y de asombro. Algo que jamás imaginé que encontraría.


En el polvoriento cajón de la mesa había una pistola y una nota. La nota decía:


"Perdóname, hijo. No pude terminar la novela. Tú eres el final".


Querido lector, la novela finalizó.


                                                                         Elena Camacho Ginés 4ºE



El tejido del tiempo

                        

Lo vi de inmediato y me puse a correr detrás, pero lo perdí al doblar la esquina. En ese momento, como en los tiempos del Imperio Romano, se escapaba la oportunidad de ver los grandes logros que hicieron famosa a Roma. Sus huellas en la historia, aún sin terminar y llenas de secretos, se sentían en cada paso importante de ese antiguo camino de piedras.

Mientras buscaba alcanzarlo, las escaleras de mármol recordaban la grandeza de los monumentos construidos por los romanos. Ese viaje, como un espejo que intenta ocultar el paso del tiempo, llevaba consigo la herencia de un imperio que logró tocar las cimas más altas de la civilización. Bajo la luz de la luna, que guarda los recuerdos profundos de Roma, recordé los momentos de la infancia que se desvanecían entre las columnas y las estatuas. Las antorchas iluminaban los laureles que decoraban la plaza, mostrando los logros impresionantes en arquitectura y cultura que todavía se ven en las ruinas de la ciudad eterna.

Las palabras, como páginas ennegrecidas por el sol, trataban de captar la esencia de una historia escrita en cada piedra y cada conquista. El viento nocturno susurraba secretos de un pasado glorioso, mientras la ciudad dormida guardaba en sus calles el misterioso encanto de la antigua Roma.

En ese rincón de la historia, apoyé mis brazos en una piedra descubierta de una habitación olvidada, sintiendo la conexión con un legado que sigue resonando. Las manos reflejaban la grandeza de un imperio, reflejada en el aire antiguo pero presente. Mi sombra esperaba ilusionada, recordando la oscuridad de la época romana, pero también la luz que emanaba de sus logros. La fotografía silenciada de esos tiempos lejanos se convertía en una puerta a la majestuosidad del pasado.

En el silencio del amanecer brillante, como un sueño respirando la esencia de la Roma antigua, desvaneciéndome en el tacto de la emoción, me di cuenta de que la grandeza de Roma no se desvanecía con el tiempo, sino que persistía en cada detalle, en cada instante y aspecto de complicidad entre la ciudad y su legado.

En ese brillo atrevido, aprecié la magnitud de los logros romanos, la arquitectura impresionante, las conquistas militares, la influencia cultural que se expandió por todo el mundo conocido. Aunque la esquina de la despedida fuera inevitable en su historia, la grandeza de Roma residía en la imposibilidad de ser olvidada, en la herencia que aún palpita en la modernidad.

Mi residencia desnuda se convertía en un escombro de emociones ante la grandeza perdida, pero mi respiración milagrosa, como un testigo de la historia, se aferraba a la distancia que separa el presente del pasado glorioso.

Vaciar mis entrañas de un presagio de vida se tornaba en una reflexión sobre la inevitabilidad del cambio, pero también en la certeza de que Roma sigue siendo un milagro que se siente en el despertar oculto de la ruina, en cada página de un antiguo libro de tinta que relata sus hazañas.

El cielo romano, como una melodía olvidada, me hacía volver para vencer el amor en su ausencia, para apreciar la grandeza que la distancia no pudo borrar. Aunque la esquina de la despedida fuera un capítulo inevitable, la majestuosidad de Roma resurgía con cada paso, con cada respiración que se desvanecía pero dejaba un rastro eterno en el tejido del tiempo.

                                                                   Adrián Sánchez De Pablo Castillo 4ºE



La resiliencia contra la adversidad

                                   

"Es difícil explicar lo que es la soledad cuando no tienes a nadie que te escuche";, murmuró Emilio mientras observaba el atardecer desde la ventana de su pequeño apartamento. El cielo se teñía de tonos cálidos, pero su corazón estaba envuelto en una sombra oscura desde aquel trágico día en el que perdió a sus padres y amigos en un accidente.

La vida de Emilio había dado un giro inesperado, y la soledad se convirtió en su compañera constante. Se encontraba perdido en un mundo que antes conocía como su hogar, ahora transformado en un laberinto de emociones confusas. 
Sin embargo, a pesar de la desolación que sentía, Emilio decidió no rendirse.

Cada día, se esforzaba por encontrar un significado en su existencia. Paseaba por las calles que alguna vez compartió con sus seres queridos, tratando de revivir los recuerdos que aún persistían en cada rincón. A medida que enfrentaba la adversidad, descubría nuevas formas de resistir.

Un día, mientras deambulaba por el parque donde solía jugar con sus amigos, Emilio notó a un grupo de chicos jugando. La risa contagiosa y la alegría llenaban el aire, creando un eco de lo que alguna vez fue su propia infancia. Aunque se sintió alejado de aquel bullicio, algo en su interior despertó.

Decidió acercarse, y con el tiempo, los chicos lo aceptaron en su círculo. Emilio descubrió un nuevo propósito al compartir historias y enseñanzas con aquellos chavales. A través de ellos, encontró una conexión renovada con la vida y una forma de superar la soledad que lo acosaba.

La comunidad que construyó con esos chicos se convirtió en su refugio, un lugar donde la risa y la camaradería desafiaban a la tristeza que amenazaba con consumirlo. Aunque nunca olvidó a sus seres queridos perdidos, Emilio encontró consuelo en el presente y esperanza para el futuro.

Así, entre risas y juegos, Emilio demostró que incluso en los momentos más oscuros, la luz de la compañía y el amor puede abrirse paso. La soledad no desapareció por completo, pero aprendió a vivir con ella, transformándola en una fuerza que le recordaba la importancia de las conexiones humanas y la resiliencia del espíritu.

                                                                                    Jesús Velázquez Martínez 4ºE
                                                                                    


Paranoia

                                      

La muchacha abrió los ojos desconcertada. No recordaba nada. Ni su nombre, ni su edad, ni sus señas. Estaba maniatada y con un saco de tela sobre la cabeza. Recordó lo que había pasado hace unas horas atrás, recordó cómo ayudó a un hombre a subir del sofá a la camioneta y cómo tras ayudarlo, el hombre, cerró las puertas del furgón con ella dentro y le colocó un pañuelo con anestésico en la cara.

Sólo podía escuchar como crujían las maderas el suelo mientras ella forcejeaba en la silla, le llegó un olor agradable y que hacia la boca agua. Siguió forcejeando, pero no sirvió de nada; oyó una voz masculina, titubeante y amortiguada, probablemente por otro saco. La voz preguntó si había alguien allí, recibió varias respuestas de más personas que se encontraban en la misma situación que ella. Empezaron a compartir información entre ellos y hablaron de cómo el mismo hombre les había pedido diferentes favores y habían acabado en la misma situación, ella contó que serían en total unas tres personas, sentadas alrededor de lo que parecía una mesa. 

A todos les temblaba la voz del miedo y terror que sentían. Tras una media hora se pudo oír
de fondo una puerta cerrándose y unas llaves dejándose caer en algún recipiente. En el momento todos dejaron de hablar y se sintieron unos pasos alargados y rígidos dirigiéndose por el pasillo hasta dirigirse al salón donde estaban todos recluidos. La amenazadora figura llegó donde se encontraban. Pudo escuchar el desplazamiento de una prenda y una de las voces de antes gritando y exclamando. Tras unos segundos, pudo notar que la voz se apagaba y se convertía en gemidos y quejidos. 

El proceso se siguió repitiendo hasta que le tocó a ella. El mugriento saco de la cabeza se desplazó y pudo ver como otras dos personas estaban con un trapo tapándoles la boca a todos menos a otra persona que estaba en la otra punta de la mesa, también observó que estaban sentados alrededor de una mesa de madera, de calidad y decorada con velas y artículos navideños. La figura le colocó el trapo sobre la boca impidiéndole hablar, aunque ni siquiera lo intentó, después de hacerle el nudo y asegurarse de que todos los presentes estaban bien amordazados, se dirigió a la cabecera de la mesa donde se sentó y colocó un trapo en sus rodillas, tras esto y en completo silencio procedió a abrir la botella de vino de su izquierda y servirse en su copa, tras esto ofreció al resto de “comensales”. 

Llegó un fuerte olor de algún cuarto lo que suponía que era la cocina, el hombre se levantó
deprisa y desapareció tras la puerta de la cocina. La chica miró a la cara de todos los presentes y observó cómo el terror los invadía, algunos llorando, y se fijó en que la otra chica de la sala llevaba una peluca rubia y un maquillaje mal aplicado, que se derramaba con lo constantes sollozos de la chica. De los otros dos chicos, uno de ellos no se había despertado todavía y seguía con el saco en la cabeza, mientras que el otro solo tenía la mirada perdida en el miedo y terror que se reflejaba en sus ojos. 

Se dispuso a buscar alguna salía, pero era inútil pues estaba maniatada y sin posibilidad de
movimiento alguno, se fijó en la decoración navideña en busca de algo que pudiera usar para escapar, se fijó en los marcos de fotos de la estantería y observó al hombre con una mujer de su edad que, supuso, era su mujer. En la foto se veía también a tres niños, una niña rubia, un chico de pelo corto y castaño y otro de pelo largo y negro, además de cuadros de bordado en los que ponía el nombre de Clarice. No le dio mucha importancia.

El hombre volvió de la cocina con las manos ocupadas por un pavo al horno en su punto justo, lo colocó en la mesa mientras hablaba para sí mismo sobre si había puesto suficiente sal o si había sazonado bien la carne. Tras colocar el pavo en el centro retiró las velas de la mesa y siguió trayendo comida. Cuando hubo terminado de colocar la comida cogió un cuchillo y se dirigió al chico que no había despertado y le quitó las ataduras de las manos pero no de los pies, fue uno por uno haciendo lo mismo si ninguna prisa, después de quitar las ataduras que les impedía mover los brazos, les quitó las mordazas a todos menos a la chica de la peluca, cuando estuvo en frente suya le cogió la cara con una mano apretando en sus mejillas y diciendo con voz ronca que si no se portaba bien la castigaría en su cuarto, después de decirle esto le quitó la mordaza y la chica dejó de sollozar y quejarse. El hombre se miró las manos y vio que las tenía manchadas del maquillaje de la chica. Lanzando una maldición se dirigió a otra habitación que sería el baño, pues se escuchaba el grifo de
fondo, lanzó otra maldición dese el baño, salió de este empapado. 

Se dirigió de nuevo al salón e informó de que volvía enseguida. Subió las escaleras y cerró una puerta. En cuanto se escuchó la puerta, el chico de pelo largo agarró el cuchillo de la mantequilla y procedió a liberarse los pies, se levantó y liberó a la chica de la peluca y a nuestra protagonista. Hizo una señal de silencio y buscó por la casa alguna salida. Fue a la puerta por la que el hombre había entrado, pero estaba cerrada y no encontraban la llave, así que desistió y procedió a buscar algún instrumento defenderse pero no había nada afilado por lo que paso a su última alternativa, buscar una forma de llamar a la policía, abriendo un cajón de la encimera encontró un viejo teléfono, lo encendió y tuvo suerte pues tenía batería y cobertura vio mensajes guardados, no pudo resistirse a la tentación y puso los mensajes de un tal Steve. En este se escuchaba a un hombre diciendo: 

“oye Nolan, sé que lo estas pasando mal pero no fue culpa tuya, tu patrulla no estaba por la zona de tu casa y la que debería estar por la zona estaba de descanso, además los ladrones entraron sin hacer ruido, tu familia no podría haberlos escuchado y se encontraron por
sorpresa dispararon y… bueno ya sabes. Están todos preocupados por ti en la comisaria, llámame cuando puedas”. 

Se miraron desconcertados y sin entender del todo la situación, tampoco tuvieron tiempo, la puerta de arriba se abrió y todos corrieron a las sillas para fingir. Nolan bajó por las escaleras ajustándose la corbata y hablando otra vez solo, cuando hubo bajado las escaleras dijo:

-Siento el retraso familia, pero podemos empezar ya la comida- Sirvió la comida en los platos con cara de preocupación y mirando a todos los lados a la vez. Se miraron entre todos sin saber muy bien que hacer, Nolan insistió en que empezaran a comer y así fue, pero antes de meterse la comida en la boca
Nolan exclamó:

- ¡PARAD! - seguido de estola figura del saco se levantó, sacó una pistola y
disparó a Nolan que cayó muerto en el suelo, entonces, por instinto, se
levantaron todos asustados el chico se quitó el saco de la cabeza y dijo:

- Agente Ryan fuerzas especiales- Todos se relajaron y bajaron la guardia sonó de fondo un coche de policías llegando a la localización, pero cuando estaban cerca Ryan abrió su chaqueta, cogió una radio y se comunico con el coche diciéndoles que todo estaba en orden, y el coche se fue. Todos le dieron las gracias al agente y más tarde llegaron otras patrullas de coches de los federales y la C.I.A y entraron con las armas en alto, pero al ver la situación las bajaron y preguntaron por lo ocurrido, una ambulancia llegó y los atendió a
todos.

Días después llamaron a nuestra protagonista de la comisaria para que testificara y para pasar por el interrogatorio. Llegó allí, entro a la sala se sentó en una silla bastante incomoda. El agente informo a la chica de que tuvo suerte de salir de ahí con vida y sin daños. La chica preguntó por los otros implicados y el agente con cara de preocupación dijo:

-Verá, señorita, a eso quería llegar, no es fácil decírselo, pero no se altere- La chica se preocupó y tuvo algunos mareos.

-Han encontrado a las otras víctimas muertas en sus domicilios- A la chica se le descompuso la cara al ver las fotos de las victimas muertas.

El guardia le indicó que pasara a otra sala donde un agente especial la interrogaría. Al entrar se le descompuso la cara al ver que el agente era Nolan. No pudo soportarlo y se fue corriendo por las puertas atravesando puertas y gritando como loca, unos policías la detuvieron y le pusieron las esposas. En una media hora llegó una ambulancia del psiquiátrico municipal y se la llevó mientras ella gritaba en descontrol y pidiendo que la dejaran ver a sus hijos de nuevo. Nolan se acercó a la puerta antes de que se fuera y dijo:

- No fue culpa tuya Clarice- No cesaron los gritos mientras era trasladada de nuevo al psiquiátrico.

                                                                                          Víctor Ruiz Gutiérrez 4ºE

El fantasma

                                                                 

               


Tras años de ausencia volvió a la ciudad en la que sucedió el accidente que durante tanto tiempo quiso olvidar. Todos la extrañábamos. Desde la muerte de Jorge, Claudia desapareció de nuestras vidas, antes de que se fuera siempre que la veíamos su mirada se sentía como si ella se sintiese la asesina. No sabíamos cuándo, pero desde que encontramos a Jorge tirado en su cama  y a Claudia paralizada detrás de nosotros, no pudimos volver a comunicarnos con ella. Pero volvió, y ahí estaba, parada frente a nosotros con lágrimas cayendo sobre sus mejillas con remordimiento y vergüenza y una sonrisa decaída, intentando decirnos algo que ya todos nos imaginábamos.


– Lo siento… - dijo en un tono tan bajo que ni los muertos se podrían enterar.-


No teníamos nada que decirle, la abrazamos y ella comenzó a llorar sin contenerse.



Varias semanas después todo había vuelto a lo habitual, Claudia se volvió a integrar en el grupo y nos contó un poco de lo que había vivido en la ciudad, la gente que conoció, los paisajes tan bonitos que había podido visitar y mucho más. Nos comentó también dónde se quedaría a vivir en el pueblo, ya que sus padres habían fallecido hace un par de años y la casa había sido vendida. Era una casa que había sido abandonada por sus propietarios hace muchísimo tiempo.


– Yo siempre había querido vivir en aquella casa abandonada donde decían que se escuchaban voces, así que cuando leí en un anuncio de Internet que la habían puesto en venta después de tanto tiempo, no lo pude resistir y la compré.


Claudia se veía emocionada mientras todos sentíamos un escalofrío en la espalda. ¿Voces? ¿Por qué Claudia estaría tan interesada en esa casa? De todos modos, fuimos invitados a pasar unas noches con ella y no nos pudimos negar, llevábamos mucho tiempo sin verla.



Dos días después, fuimos a la casa de Claudia a pasar la noche y todo se veía mejor por dentro que por fuera. Por fuera parecía una casa aterradora, de esas que saldría en cualquier película de “La familia Addams” o alguna película de terror en donde el protagonista tiene tantas ganas de morir que se mete a explorar la casa más tenebrosa de todas. Por dentro era una casa enorme pero muy acogedora; muebles hogareños típicos de la ciudad; cuadros de su familia, su perra Lía, nosotros y ciudades que fue conociendo en vacaciones; una chimenea que brillaba de un rojo intenso y te atraía a ella proporcionándote unas ganas inmensas de quedarte observándola; olor a canela como el del pastel que hacía la abuela todos los fines de semana; y muchas otras cosas tan cálidas que te hacían olvidar lo horripilante que se veía por fuera gracias a la reforma que hizo Claudia con el dinero que consiguió trabajando en la ciudad. Toda la casa menos una habitación, la habitación del segundo piso en la que todavía estaban las cosas de los antiguos propietarios, una habitación sucia, llena de polvo y muebles antiguos, la típica habitación en la que el protagonista de la misma película de terror en la que estábamos antes se metería a morir. Y para colmo, entre risas, Claudia nos dijo que mejor no entrásemos a aquella habitación, ya que de ahí provenían las voces misteriosas de las que todos en el pueblo hablaban. No sé si intentaba asustarnos o era broma, pero de repente todos echaron a correr. Yo me quedé ahí, paralizada por la idea de ser ese mismo protagonista de la película de terror, observando el mueble más antiguo que había visto nunca como si me llamara a voces por mi subconsciente.


– No te asustes, pero ese mueble tuvo el mismo efecto en mí en cuanto lo ví. - me susurró Claudia.-


Me sobresalté como si volviese en mí, sonreí, y salí corriendo junto a los demás. Nos pusimos a jugar juegos de mesa y a comer muchos snacks como cuando éramos niños, y después de un rato todos se fueron a dormir. Me dormí inquieta por las ganas de volver a esa habitación y al despertar por la voz de Claudia no aguanté y me dirigí al cuartito de los muebles antiguos, ya que de ahí provenía la voz. Claudia me enseñó el cuadro de una señora mayor en la que ponía grabado en cobre “Samantha” suponiendo que ese sería el nombre de la mujer.


– Ella es la antigua propietaria de la casa, la que corrió el rumor por el pueblo de que en la casa se escuchaban voces, la misma que yo escucho todas las mañanas y noches en las que me voy a acostar. Una mujer muy maja. Aún no logro descubrir cómo es que me habla o me escucha, pero estoy intentando averiguarlo.

– ¿Y que tenía que ver el mueble? - le pregunté a Claudia recordando lo que me dijo hace un par de horas.-

– Al llegar a la casa esa habitación me dió tan mala impresión que no la arreglé ni vendí nada, miré el mueble por primera vez y fue lo que él me pidió, después de eso la mujer comenzó a comunicarse conmigo a través de las luces o la chimenea. Se que es raro, - dijo sonriendo - pero creo que si tu también lo sentiste debe de haber alguna conexión contigo también.


Me reí pensando que estaba loca pero a la vez sentía como si en verdad algo ahí tuviera que ver conmigo, ¿estaba loca? No lo sé, pero quería averiguarlo.


– ¿Te molesta si me quedo contigo esta semana y vemos si tengo algo que ver o no? - Le pregunté con curiosidad mientras observaba el resto de la habitación.-

– Sin problema, una compañía me viene bien.



Después de pasar los dos días en su casa con los demás amigos, se despidieron, quedando solo yo y Claudia en la casa. De repente, una luz parpadeó, y así consecutivamente todas las luces haciendo un camino hasta esa habitación.


– Creo que quiere conocerte. - me dijo Claudia más tensa de lo normal.-

– ¿Es eso malo? Vamos.


Nos dirigimos a la habitación como llevábamos haciendo todas las noches y abrimos la puerta con educación como Claudia me enseñó a hacer, por si acaso.


– ¿Buenas? - pregunté nerviosa.-

– Ella no habla, se asoma al espejo del mueble y saluda, luego se va. Creo que habla una especie de código morse por las luces, nunca logro entenderlo y creo que lo sabe.

– Entonces, ¿me asomo?

– Si crees poder contener su mirada. - Se rio.-


Cuando me asomé vi una especie de sombra detrás de mí, pero según Claudia, no podía mirar atrás porque era de mala educación. Cada vez se acercaba más y en un momento vi que Claudia simplemente se había ido, le escuchaba bajar las escaleras entre luces que parpadeaban exactamente como ella decía, en código morse. Estudiaba programación así que el código morse no me era un problema, el problema fue el grito que pegué al girarme al espejo y ver ese rostro a mi lado, demacrado y viejo, con una sonrisa que tenía intención de ser acogedora pero no lo conseguía y se volvía aterradora. Le sonreí temblando y ella desapareció después de saludar tal y como dijo Claudia. Casi me desmayo. Volvía a estar solo yo en el cuarto, junto a Claudia que acababa de volver de donde fuera que hubiese ido.


– ¿Qué tal? ¿A que era como una abuelita que prepara cupcakes para desayunar? - Se volvió a reír como hacía siempre con este tema.-

– Dios mío, ¿a ti también se te acercó de esa forma? ¿No gritaste? Ha sido mortífero.

– Tranquila, no volverás a verla a no ser que vuelva a llamarte o vayas a algún espejo mientras ella está ahí. Pero sabe que ella misma da miedo y creo que avisa con las luces, yo por si acaso no voy a donde parpadean las luces.

– Esto va a ser una experiencia curiosa. - Finalicé la conversación alejándome para observar la luz del salón que parpadeaba intensamente.- Decía algo como “bienvenida al mayor misterio que vas a vivir”. Bastante más cálida esa bienvenida que la del cuartito.



Llevábamos ya un par de días sin ninguna diferencia a lo habitual, la abuelita hablándonos por código morse y yo traduciéndole a Claudia. Al anochecer, buscando algo más con lo que distraerme o algo más por descubrir, aproveché que Claudia estaba durmiendo para entrar a aquella habitación de nuevo, sin imaginar que en el polvoriento cajón del mueble que llamó mi atención desde el principio encontraría una carta muy estropeada en un sobre con el sello rojo que antiguamente le ponían y un llavero el cual agarré pidiendo permiso al aire que contenía una foto de la abuelita de joven junto a una niña muy pequeña que tenía la cara bastante borrosa y no se lograba descifrar quién era. Luces parpadeaban y las tomé como señal para salir de ahí. Dejé la carta en la mesa del salón y se lo comenté a Claudia, también le di el llavero y me dijo que seguramente sería su hija.



Varias semanas estuvo la carta sobre la mesa hasta que por fin Claudia y yo nos decidimos a abrirla. Al principio parecía una carta dirigida a alguien sin nombre, poco a poco se volvía más triste, depresiva, como si de una carta de suicidio o reflexión se tratase, decía cosas como “Es difícil explicar lo que es la soledad cuando no tienes a nadie que te escuche” y más. Todo era muy raro, ¿la mujer había muerto por soledad? ¿Su hija estaba muerta? ¿Desaparecida? Ni idea, pero antes de que todo se tornase peor, yo solo quería salir de esa casa. Tenía presentimientos muy malos sobre haber leído eso delante de ella y no quería ponerme en peligro. Salí de ahí. Le dije a Claudia que dentro de poco podríamos meternos en un lío y que si ella quería involucrarse en problemas con un fantasma (tal cual) lo hiciera. Me pidió que me quedara, que conmigo podría avanzar mucho más. Sentía impotencia pero me fui, capaz algún día me involucraría en ello, algún día....


                                                                                                       Alba Morales Sierra   4ºD

Viaje en tren



Varias semanas estuvo la carta sobre la mesa hasta que por fin me decidí a abrirla. Estaba angustiado, inquieto, pensante. Sabía de dónde venía la carta, lo sabía perfectamente, también conocía al remitente, o más bien, a la remitente, pero con lo reservado que he sido siempre respecto a mi pasado era un golpe de realidad haber recibido ese escrito, y más ahora, que estaba viviendo muy pacíficamente por mi cuenta.


Había estado mucho tiempo dándole vueltas antes de decidirme, es decir, qué tanto podía cambiar mi presente una carta sobre alguien de mi pasado? Probablemente todo fuese más sencillo, y yo lo estuviera pensando demasiado.

Y así lo hice, cogí un pequeño abre sobres con forma de espada que venía con la casa y… la abrí.


La carta desprendía un olor de esos que te traen recuerdos instantáneamente, acompañados de nostalgia. Intenté no ponerme muy sentimental pero no dejaba de sentir un cosquilleo extrañamente agradable, era una mezcla de emociones que no se podía clasificar de manera tan sencilla como “bueno” o “malo”.


Saqué el folio doblado del interior del sobre y estuve unos segundos mirando el alba a través de la ventana, recapitulando mi vida, tal vez estaba siendo demasiado dramático, o el ambiente a mi alrededor lo estaba haciendo parecer así.


Respiré hondo, volví mi mirada hacia el papel, y lentamente empecé a leer su contenido:


-”Para Oliver.


Suelo escribirle cartas a mis familiares varias veces al año, pero cuando se trata de temas importantes me quedo sin palabras. Intentaré expresarme. Siento que sería descortés por mi parte no preguntarte cómo estás o qué tal vas últimamente, pero no me responderías, de hecho, no se si responderás esta carta, ni siquiera puedo asegurar que la vayas a leer. El punto es, si realmente tú, Oliver, estás leyendo esto, tengo una noticia para ti.


Hace ya varios años que nos dejaste atrás, que casi sin previo aviso te fuiste del pueblo donde te criaste. A decir verdad, cualquiera se podría esperar eso de ti, eras el que no salía a la calle pero tampoco estudiaba, el que se llevaba “bien” con todo el mundo pero no tenía más que un par de amigos.-”


La carta seguía, pero antes de continuar cerré los ojos con la mente en blanco durante unos segundos. Necesitaba una pausa antes de seguir.


-”Eras un chico con mucha presión encima, la presión de su propio mundo. Ser diferente te hacía destacar entre unos pocos, para bien o para mal. Aún así, vuelvo a recalcar que ese pequeño chico tenía un par de amigos, que lograron hacerse paso entre ese laberinto de pensamientos cuando él más lo necesitaba. 10 años pasaron juntos, toda su infancia y una enorme parte de su juventud en la que el pequeño Oliver abrió su mundo al resto, o al menos, una parte de este, sinónimo de expresar lo que siente. 10 años pasaron hasta que el más singular de los tres desapareció, dejando al resto con una gran inquietud, y sensación de culpa. Esos dos adolescentes que tanto tiempo estuvieron junto a él, trataron de hacer su propia vida, y en parte lo consiguieron.


A pesar de ser muy chocante, ellos siempre habían sido activos y extrovertidos, así que decidieron mirar hacia adelante, sin dejar de recordar el pasado con cariño, y sintiendo que algo faltaba. Esos jóvenes que te han acompañado casi toda la vida se van pronto del país, y realmente no sé cuánto te importamos, pero tú para nosotros has sido crucial, por eso nos gustaría verte una última vez antes de partir. Dado a cómo están las comunicaciones hoy en día, no sé si podremos volver a contactar en algún momento, así que esta carta es mi último rayo de esperanza de poder volver a verte. No hace falta que contestes, tampoco estás obligado a venir por compromiso si no te sientes listo o con los ánimos suficientes. 

Nos iremos el día 11 del mes que viene en tren, sabes perfectamente la dirección del pueblo. Nada me emocionaría más que poder decir “nos vemos”, así que ojalá así sea.-


La carta acababa con una firma a pluma que decía... “Clara”.


Dejé la carta en la mesa y me senté, por fin la había leído, me había quitado el peso de encima, pero ahora tenía uno mucho mayor. Podría ignorarlo todo y seguir como si nada, ya llevaba unos años haciéndolo y creo que podría haber seguido, pero por otro lado, el hecho de no volver a verlos nunca más resonaba en mi cabeza.


Mi situación actual era sencilla. Vivía solo, en otro pueblo más pequeño aún pero esta vez solo. Nada de lo que decía Clara en la carta era mentira, me fui de allí sin avisar, sin justificarme o dar algún tipo de explicación. Volver ahora me destrozaría. Realmente no sé si los motivos por los que me fui serían suficientes para convencerles, ya que ni siquiera yo estoy seguro al 100% de cuales son esos “motivos”. Pero sé que tenía que hacerlo.


Toda mi vida se había basado en huir y refugiarme en mí mismo, lejos de todo y todos, lo mismo que me hace daño, es así desde que soy pequeño y me parece que se mantiene igual actualmente.


Pero no es sano. Estaba pasando una crisis mental muy fuerte, nunca he sido precisamente impulsivo, siempre me pienso todo más de tres veces, y en ocasiones lo sobre pienso, pero esta vez no tenía tiempo, según la carta de Clara, se iban el 11, y esta ya había llegado lo suficientemente tarde, sumándole la semana que había estado dubitativo sobre si debía abrirla o no. Ya era 8


Tenía bastante miedo, no sabía cómo podría mirarles a la cara, tendría que dar muchísimas explicaciones, y yo estaba paralizado sólo de pensarlo. Lo único que me convenció, fui yo mismo. Quería ir, realmente quería verlos, todo lo demás eran problemas pero no eran del mismo peso. Estaba a un pequeño paso de no hacerlo, pero al final decidí ir, aunque manteniendo mis motivos para mí, como había sido siempre. 



Guardé en mi maleta unas prendas de ropa (de un monótono color negro y rayas, como todo mi armario) y guardé mis ahorros en un bolsillo interior de mi abrigo de pluma semi-nuevo. 

Tenía que esperar al día 9 para poder coger el tren, y en el periodo de entremedias traté de no pensar mucho, porque sabía que si lo hacía me acabaría quedando en casa, pero es difícil no pensar si habito más en mi mente que en el mundo real. Finalmente llegó el día. Siempre he amado los viajes en tren, y ver la naturaleza a través de la ventana mientras cada pasajero reflexiona sobre su mundo en silencio es en mi opinión algo romántico. Más si es otoño, la estación en la que todo se tinta de un agradable naranja.


Llegué a la estación disfrutando del paisaje, cargando con un equipaje bastante ligero, y todavía restos de aquel cosquilleo que me dio al leer la carta. Todavía no me había mentalizado y el haber actuado de manera impulsiva por tener poco tiempo solo lo empeoraba todo. Le di mi ticket al revisor y afortunadamente me tocó en un vagón en el que apenas había un par de señores viajando por cuestiones de trabajo. Estuve todo el viaje absorto escuchando las ruedas del tren pasar por las vías y en algún momento traté de identificar algún pájaro que surcaba el cielo. Estaba disfrutando el viaje.


Al cabo de unas horas, llegué a la primera parada. Tendría que pasar el día allí antes de coger un tren nocturno que me llevase a la siguiente parada. Caminé por las antiguas calles de roca, que se cruzaban y cortaban sin un rumbo fijo, eran calles vacías llenas de casas que en algún momento habían pertenecido a diversas familias de varias culturas distintas, pero con la cantidad de personas que habían decidido migrar a la ciudad estas habían quedado abandonadas. Vi algún que otro niño revoloteando por ahí, y sin darme cuenta mis nervios se habían ido parcialmente, ahora sentía más tranquilidad. Así seguí hasta la noche, cuando me monté en el siguiente tren.


Fue un largo camino de paradas y diversos trenes que me tomó varios días para llegar. Pero finalmente llegué a la estación, aquella de la que había partido hace unos años atrás sin nadie más. No sabía exactamente la ubicación en la que se encontraban Clara e Isma (afortunadamente, pues no tenía que preocuparme por ir a un punto exacto). Decidí andar y visitar aquellas zonas en las que había pasado toda mi vida, pues siendo sincero, ahora que mis dos motivos para volver se iban, no creía volver a pisar estas tierras jamás.

Fue una mañana larga, visité casas, tiendas, el río… todos esos lugares estaban llenos de recuerdos, y fui a parar a una plaza. Me senté en un banco. Ese era el punto de encuentro que teníamos cuando éramos pequeños, pues coincidía justo al lado de nuestras casas.

Tantos trenes me habían hecho polvo, y tantas dudas de golpe me habían quitado el sueño, por lo que estaba agotado. Sin darme cuenta poco a poco fui cerrando los ojos… y así… me quedé dormido.




Cuando me desperté el cielo era de un color azafranado. Al principio estaba un poco confuso, pero a medida que me espabilaba me di cuenta de que habían pasado varias horas y ya era bastante tarde. Me dirigí corriendo a la estación de tren, donde ví un pequeño cúmulo de gente en coro, alrededor de dos personas que saludaban de manera calmada. Traté de abrirme paso entre la multitud para llegar al foco de atención, pero el maquinista ya estaba diciendo que todos debían subir a bordo si no querían quedarse en tierra. Logré cruzar entre tantas personas y me quedé paralizado al hacer contacto visual con las versiones casi adultas de mis amigos de la infancia. 


Fueron unos segundos eternos, donde ninguno se atrevía a moverse pero las expresiones faciales denotaban alivio, tristeza, felicidad, por lo que estaba ocurriendo, y por lo que iba a ocurrir en poco. Al final Isma fue el que dio el primer paso, agarró a Clara del brazo y se acercaron a mi corriendo sin decir nada, solo para darme un abrazo. El maquinista seguía metiendo presión a todos los pasajeros para que montasen a bordo, pero nadie estaba escuchando nada ahora mismo, lo único que tenía nuestra atención era ese reencuentro, que no necesitaba palabras para expresarse. Escuché a Clara susurrar “gracias” en mi hombro. Fue una manera de liberar todo lo que en tantos años no habíamos podido. Yo cambié toda mi vida precisamente por mi pasado, por mí mismo y los de mi alrededor, y lo hice de la peor forma. Aun así, después de todo este tiempo ellos habían logrado pasar página y construirse un futuro, que en este caso tendría que ser fuera, pero no sabían el porqué me había ido, fue de un día para otro, y aun así, no me sentí juzgado, solo sentí cariño por su parte, y la tristeza de que muy probablemente nunca nos íbamos a poder ver de nuevo.


                                                                                              Alphonse Rodríguez Morales 4º-D