martes, 16 de enero de 2024

El fantasma

                                                                 

               


Tras años de ausencia volvió a la ciudad en la que sucedió el accidente que durante tanto tiempo quiso olvidar. Todos la extrañábamos. Desde la muerte de Jorge, Claudia desapareció de nuestras vidas, antes de que se fuera siempre que la veíamos su mirada se sentía como si ella se sintiese la asesina. No sabíamos cuándo, pero desde que encontramos a Jorge tirado en su cama  y a Claudia paralizada detrás de nosotros, no pudimos volver a comunicarnos con ella. Pero volvió, y ahí estaba, parada frente a nosotros con lágrimas cayendo sobre sus mejillas con remordimiento y vergüenza y una sonrisa decaída, intentando decirnos algo que ya todos nos imaginábamos.


– Lo siento… - dijo en un tono tan bajo que ni los muertos se podrían enterar.-


No teníamos nada que decirle, la abrazamos y ella comenzó a llorar sin contenerse.



Varias semanas después todo había vuelto a lo habitual, Claudia se volvió a integrar en el grupo y nos contó un poco de lo que había vivido en la ciudad, la gente que conoció, los paisajes tan bonitos que había podido visitar y mucho más. Nos comentó también dónde se quedaría a vivir en el pueblo, ya que sus padres habían fallecido hace un par de años y la casa había sido vendida. Era una casa que había sido abandonada por sus propietarios hace muchísimo tiempo.


– Yo siempre había querido vivir en aquella casa abandonada donde decían que se escuchaban voces, así que cuando leí en un anuncio de Internet que la habían puesto en venta después de tanto tiempo, no lo pude resistir y la compré.


Claudia se veía emocionada mientras todos sentíamos un escalofrío en la espalda. ¿Voces? ¿Por qué Claudia estaría tan interesada en esa casa? De todos modos, fuimos invitados a pasar unas noches con ella y no nos pudimos negar, llevábamos mucho tiempo sin verla.



Dos días después, fuimos a la casa de Claudia a pasar la noche y todo se veía mejor por dentro que por fuera. Por fuera parecía una casa aterradora, de esas que saldría en cualquier película de “La familia Addams” o alguna película de terror en donde el protagonista tiene tantas ganas de morir que se mete a explorar la casa más tenebrosa de todas. Por dentro era una casa enorme pero muy acogedora; muebles hogareños típicos de la ciudad; cuadros de su familia, su perra Lía, nosotros y ciudades que fue conociendo en vacaciones; una chimenea que brillaba de un rojo intenso y te atraía a ella proporcionándote unas ganas inmensas de quedarte observándola; olor a canela como el del pastel que hacía la abuela todos los fines de semana; y muchas otras cosas tan cálidas que te hacían olvidar lo horripilante que se veía por fuera gracias a la reforma que hizo Claudia con el dinero que consiguió trabajando en la ciudad. Toda la casa menos una habitación, la habitación del segundo piso en la que todavía estaban las cosas de los antiguos propietarios, una habitación sucia, llena de polvo y muebles antiguos, la típica habitación en la que el protagonista de la misma película de terror en la que estábamos antes se metería a morir. Y para colmo, entre risas, Claudia nos dijo que mejor no entrásemos a aquella habitación, ya que de ahí provenían las voces misteriosas de las que todos en el pueblo hablaban. No sé si intentaba asustarnos o era broma, pero de repente todos echaron a correr. Yo me quedé ahí, paralizada por la idea de ser ese mismo protagonista de la película de terror, observando el mueble más antiguo que había visto nunca como si me llamara a voces por mi subconsciente.


– No te asustes, pero ese mueble tuvo el mismo efecto en mí en cuanto lo ví. - me susurró Claudia.-


Me sobresalté como si volviese en mí, sonreí, y salí corriendo junto a los demás. Nos pusimos a jugar juegos de mesa y a comer muchos snacks como cuando éramos niños, y después de un rato todos se fueron a dormir. Me dormí inquieta por las ganas de volver a esa habitación y al despertar por la voz de Claudia no aguanté y me dirigí al cuartito de los muebles antiguos, ya que de ahí provenía la voz. Claudia me enseñó el cuadro de una señora mayor en la que ponía grabado en cobre “Samantha” suponiendo que ese sería el nombre de la mujer.


– Ella es la antigua propietaria de la casa, la que corrió el rumor por el pueblo de que en la casa se escuchaban voces, la misma que yo escucho todas las mañanas y noches en las que me voy a acostar. Una mujer muy maja. Aún no logro descubrir cómo es que me habla o me escucha, pero estoy intentando averiguarlo.

– ¿Y que tenía que ver el mueble? - le pregunté a Claudia recordando lo que me dijo hace un par de horas.-

– Al llegar a la casa esa habitación me dió tan mala impresión que no la arreglé ni vendí nada, miré el mueble por primera vez y fue lo que él me pidió, después de eso la mujer comenzó a comunicarse conmigo a través de las luces o la chimenea. Se que es raro, - dijo sonriendo - pero creo que si tu también lo sentiste debe de haber alguna conexión contigo también.


Me reí pensando que estaba loca pero a la vez sentía como si en verdad algo ahí tuviera que ver conmigo, ¿estaba loca? No lo sé, pero quería averiguarlo.


– ¿Te molesta si me quedo contigo esta semana y vemos si tengo algo que ver o no? - Le pregunté con curiosidad mientras observaba el resto de la habitación.-

– Sin problema, una compañía me viene bien.



Después de pasar los dos días en su casa con los demás amigos, se despidieron, quedando solo yo y Claudia en la casa. De repente, una luz parpadeó, y así consecutivamente todas las luces haciendo un camino hasta esa habitación.


– Creo que quiere conocerte. - me dijo Claudia más tensa de lo normal.-

– ¿Es eso malo? Vamos.


Nos dirigimos a la habitación como llevábamos haciendo todas las noches y abrimos la puerta con educación como Claudia me enseñó a hacer, por si acaso.


– ¿Buenas? - pregunté nerviosa.-

– Ella no habla, se asoma al espejo del mueble y saluda, luego se va. Creo que habla una especie de código morse por las luces, nunca logro entenderlo y creo que lo sabe.

– Entonces, ¿me asomo?

– Si crees poder contener su mirada. - Se rio.-


Cuando me asomé vi una especie de sombra detrás de mí, pero según Claudia, no podía mirar atrás porque era de mala educación. Cada vez se acercaba más y en un momento vi que Claudia simplemente se había ido, le escuchaba bajar las escaleras entre luces que parpadeaban exactamente como ella decía, en código morse. Estudiaba programación así que el código morse no me era un problema, el problema fue el grito que pegué al girarme al espejo y ver ese rostro a mi lado, demacrado y viejo, con una sonrisa que tenía intención de ser acogedora pero no lo conseguía y se volvía aterradora. Le sonreí temblando y ella desapareció después de saludar tal y como dijo Claudia. Casi me desmayo. Volvía a estar solo yo en el cuarto, junto a Claudia que acababa de volver de donde fuera que hubiese ido.


– ¿Qué tal? ¿A que era como una abuelita que prepara cupcakes para desayunar? - Se volvió a reír como hacía siempre con este tema.-

– Dios mío, ¿a ti también se te acercó de esa forma? ¿No gritaste? Ha sido mortífero.

– Tranquila, no volverás a verla a no ser que vuelva a llamarte o vayas a algún espejo mientras ella está ahí. Pero sabe que ella misma da miedo y creo que avisa con las luces, yo por si acaso no voy a donde parpadean las luces.

– Esto va a ser una experiencia curiosa. - Finalicé la conversación alejándome para observar la luz del salón que parpadeaba intensamente.- Decía algo como “bienvenida al mayor misterio que vas a vivir”. Bastante más cálida esa bienvenida que la del cuartito.



Llevábamos ya un par de días sin ninguna diferencia a lo habitual, la abuelita hablándonos por código morse y yo traduciéndole a Claudia. Al anochecer, buscando algo más con lo que distraerme o algo más por descubrir, aproveché que Claudia estaba durmiendo para entrar a aquella habitación de nuevo, sin imaginar que en el polvoriento cajón del mueble que llamó mi atención desde el principio encontraría una carta muy estropeada en un sobre con el sello rojo que antiguamente le ponían y un llavero el cual agarré pidiendo permiso al aire que contenía una foto de la abuelita de joven junto a una niña muy pequeña que tenía la cara bastante borrosa y no se lograba descifrar quién era. Luces parpadeaban y las tomé como señal para salir de ahí. Dejé la carta en la mesa del salón y se lo comenté a Claudia, también le di el llavero y me dijo que seguramente sería su hija.



Varias semanas estuvo la carta sobre la mesa hasta que por fin Claudia y yo nos decidimos a abrirla. Al principio parecía una carta dirigida a alguien sin nombre, poco a poco se volvía más triste, depresiva, como si de una carta de suicidio o reflexión se tratase, decía cosas como “Es difícil explicar lo que es la soledad cuando no tienes a nadie que te escuche” y más. Todo era muy raro, ¿la mujer había muerto por soledad? ¿Su hija estaba muerta? ¿Desaparecida? Ni idea, pero antes de que todo se tornase peor, yo solo quería salir de esa casa. Tenía presentimientos muy malos sobre haber leído eso delante de ella y no quería ponerme en peligro. Salí de ahí. Le dije a Claudia que dentro de poco podríamos meternos en un lío y que si ella quería involucrarse en problemas con un fantasma (tal cual) lo hiciera. Me pidió que me quedara, que conmigo podría avanzar mucho más. Sentía impotencia pero me fui, capaz algún día me involucraría en ello, algún día....


                                                                                                       Alba Morales Sierra   4ºD

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