martes, 16 de enero de 2024

El tejido del tiempo

                        

Lo vi de inmediato y me puse a correr detrás, pero lo perdí al doblar la esquina. En ese momento, como en los tiempos del Imperio Romano, se escapaba la oportunidad de ver los grandes logros que hicieron famosa a Roma. Sus huellas en la historia, aún sin terminar y llenas de secretos, se sentían en cada paso importante de ese antiguo camino de piedras.

Mientras buscaba alcanzarlo, las escaleras de mármol recordaban la grandeza de los monumentos construidos por los romanos. Ese viaje, como un espejo que intenta ocultar el paso del tiempo, llevaba consigo la herencia de un imperio que logró tocar las cimas más altas de la civilización. Bajo la luz de la luna, que guarda los recuerdos profundos de Roma, recordé los momentos de la infancia que se desvanecían entre las columnas y las estatuas. Las antorchas iluminaban los laureles que decoraban la plaza, mostrando los logros impresionantes en arquitectura y cultura que todavía se ven en las ruinas de la ciudad eterna.

Las palabras, como páginas ennegrecidas por el sol, trataban de captar la esencia de una historia escrita en cada piedra y cada conquista. El viento nocturno susurraba secretos de un pasado glorioso, mientras la ciudad dormida guardaba en sus calles el misterioso encanto de la antigua Roma.

En ese rincón de la historia, apoyé mis brazos en una piedra descubierta de una habitación olvidada, sintiendo la conexión con un legado que sigue resonando. Las manos reflejaban la grandeza de un imperio, reflejada en el aire antiguo pero presente. Mi sombra esperaba ilusionada, recordando la oscuridad de la época romana, pero también la luz que emanaba de sus logros. La fotografía silenciada de esos tiempos lejanos se convertía en una puerta a la majestuosidad del pasado.

En el silencio del amanecer brillante, como un sueño respirando la esencia de la Roma antigua, desvaneciéndome en el tacto de la emoción, me di cuenta de que la grandeza de Roma no se desvanecía con el tiempo, sino que persistía en cada detalle, en cada instante y aspecto de complicidad entre la ciudad y su legado.

En ese brillo atrevido, aprecié la magnitud de los logros romanos, la arquitectura impresionante, las conquistas militares, la influencia cultural que se expandió por todo el mundo conocido. Aunque la esquina de la despedida fuera inevitable en su historia, la grandeza de Roma residía en la imposibilidad de ser olvidada, en la herencia que aún palpita en la modernidad.

Mi residencia desnuda se convertía en un escombro de emociones ante la grandeza perdida, pero mi respiración milagrosa, como un testigo de la historia, se aferraba a la distancia que separa el presente del pasado glorioso.

Vaciar mis entrañas de un presagio de vida se tornaba en una reflexión sobre la inevitabilidad del cambio, pero también en la certeza de que Roma sigue siendo un milagro que se siente en el despertar oculto de la ruina, en cada página de un antiguo libro de tinta que relata sus hazañas.

El cielo romano, como una melodía olvidada, me hacía volver para vencer el amor en su ausencia, para apreciar la grandeza que la distancia no pudo borrar. Aunque la esquina de la despedida fuera un capítulo inevitable, la majestuosidad de Roma resurgía con cada paso, con cada respiración que se desvanecía pero dejaba un rastro eterno en el tejido del tiempo.

                                                                   Adrián Sánchez De Pablo Castillo 4ºE



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