lunes, 9 de enero de 2023

Los Robbins

 


Un día cualquiera, en Nueva York, Jaime estaba en su casa. Era un muchacho de veinte
años, muy solitario, tenía una mirada luminosa y solía vestirse de manera aburrida y nada
colorida, al contrario de varios años atrás, antes de aquel accidente…

Ese mismo día, en la madrugada, mientras él leía un libro, tocaron a la puerta. Jaime, algo extrañado por las horas que eran, se dirigió hacia la puerta y la abrió. No vio a nadie, tan solo una carta normal en el suelo, la cogió y cerró la puerta, la dejó encima de la mesa del salón dudando si abrirla o no. Al final decidió irse a dormir sin leerla. Varias semanas estuvo la carta sobre la mesa, hasta que por fin decidió abrirla. Dentro habían dos papeles blancos doblados, al desplegarlos pudo observar un billete de tren para volver a la ciudad donde antes vivía, y una reserva para un hotel en esa misma ciudad.


Se pensó mucho si ir o no, ya que no sabía quién le había mandado ese billete, ni por qué debería volver a aquella ciudad, donde ocurrió ese accidente.

Al final decidió ir, y a la mañana siguiente hizo las maletas y se dirigió rumbo a la estación. Una hora después, tras años de ausencia volvió a la ciudad en la que ocurrió el  accidente que durante tanto tiempo quiso olvidar.

Allí se instaló en el hotel en la habitación 2J, la que tenía reservada.

La habitación era muy oscura, con muebles antiguos y nada coloridos, se dividía en dos partes, el baño, y el dormitorio, con una cama bastante antigua y crujiente, y una mesita redonda con una silla. La habitación no le desagradó ya que iba con su estilo.

Al entrar al baño para ver como era, ¡casi se desmaya del susto!, había manchas de sangre por todo el suelo, en el espejo, otra con la silueta de una mano, y al lado estaba escrita también la palabra “AYUDA”, al ver esto Jaime salió corriendo del baño y cerró la puerta. Se sentó en la cama muy asustado pensando en todo lo que había visto. Cuando de repente, sonó el chirriante sonido de la puerta del baño, giró la cabeza y la puerta estaba abierta. Muy aterrorizado juntó todas sus fuerzas para volver a entrar.


Una vez dentro miró hacia el espejo y vio que estaba escrita la frase: “¿te doy miedo?”, bajó la mirada hacia el lavabo, donde observó que también había una foto de su madre desaparecida en aquella misma ciudad, el accidente que tanto quiso olvidar.

Jaime empezó a llorar desconsoladamente y se dirigió otra vez hacia su cama, pero esta vez con la foto de su madre desaparecida entre sus manos, y en la polvorienta alfombra observó entonces otra carta más, como la que recibió aquella madrugada en su casa, la leyó y vió que ponía: “Hola cariño, soy tu madre, entiendo que en este momento estés muy asustado, pero necesitaba decirte esto, he encontrado la manera de comunicarme con los vivos y sí, eso quiere decir que estoy muerta, se que pensabas que había desaparecido, como mucha otra gente, pero no es así, estoy muerta y necesito que te enteres de la verdad y el por qué, para ello quiero que entres a la antigua casa de los Robbins, nuestros antiguos vecinos, si no recuerdas la ubicación ve hacia la casa donde solíamos vivir y entra a la de la derecha, y no te preocupes en esa casa no vive nadie, lleva abandonada desde el primer día que “desaparecí”, bueno…mejor dicho, que fallecí. Allí encontrarás algo que no podrás imaginar pero para ello tendrás que revisar muy bien todas las habitaciones. La familia Robbins no son lo que crees…”


Al anochecer, Jaime decidió entrar en aquella casa abandonada. Jamás imaginó que en el polvoriento cajón de la mesa encontraría una foto de su madre, en la que estaban dibujados unos cuernos de demonio sobre su cabeza, y al lado una frase en la que ponía: “Mataremos a ese demonio”

Jaime inspeccionó primero el salón donde no encontró nada relevante, solo la foto que había en aquel cajón, luego la cocina, donde tampoco encontró nada más que telarañas, bichos, polvo y suciedad. Al terminar de revisar todas las habitaciones estaba un poco confuso ya que no había encontrado ninguna pista, solo esa foto.

Dirigiéndose a la puerta, observó unas terroríficas escaleras que conducían al sótano, el único lugar de la casa donde no había mirado.

Bajo poco a poco con su linterna, cuando terminó de bajar las escaleras, se encontró en una sala muy oscura y antigua, nunca había visto nada así.

Ya quería irse de aquel lugar, así que se dio prisa en verlo.

No encontró nada que le sirviera para su investigación, eso hasta que llegó al final de la sala.


Ahí se dio cuenta de que había como una especie de caja algo plana, pero muy alargada, estaba cerrada con cinta y con tres cuerdas atadas en diferentes partes. Jaime empezó por desatar las cuerdas, con muchísima curiosidad por lo que podía haber ahí dentro, pero a la vez con algo de miedo por lo que pudiera encontrar. Luego quitó la cinta y por fin abrió la caja, un papel largo tapaba la visión de lo que podía haber dentro, en el momento de ir a quitarlo observó entonces el desagradable nombre escrito con la tinta de un rotulador negro, algo corrido de el tiempo, aquel nombre por el que le entró un escalofrío: “ANA MARTÍNEZ”, el nombre de su madre, para acabar ya con ello, desplego el papel y vio….¡el esqueleto del cuerpo de su madre!


Salió corriendo a su casa lleno de rabia y tristeza. Lloraba muchísimo mientras corría hacia el hotel, lo más rápido que podía. Cuando llegó, aún llorando se dirigió al baño, al espejo en concreto. Se quedó mirándolo fijamente mientras contaba todo lo que había visto en aquella casa, con la fe de que el espíritu de su madre le estuviera escuchando. Minutos después, cuando ya lo había terminado de contar, no había señal de que su madre le hubiera escuchado y se fue del baño abatido, se dirigió a la ventana de su cuarto, reflexionando todo lo que acababa de pasar.

Entonces sonó un fuerte golpe que se dirigía del baño, Jaime corrió hacia allí, para encontrar otra carta de su madre, en la que ponía:


“ Ya sabes el motivo de mi muerte, pero no porque me mataron, y creo que deberías saberlo: una mañana , mientras tu estabas en el colegio, yo fregaba los platos, hasta que algo me tapo la visión, entonces me encontré atrapada en un saco, escuchaba a gente que me transportaban pero yo no sabia quienes eran en ese momento, cuando me quitaron el saco, me vi sentada en una silla, atada con cuerdas, estaba en una sala con la familia Robbins observándome y susurrando entre ellos, escuche que dijeron la palabra demonio, pero yo no sabía a que se referían, hasta que por fin me dijo el señor Robbin:”te hemos estado espiando durante dos años, hemos descubierto que eres un demonio y tenemos que matarte”, yo no entendía nada, el continuó diciendo: ”sabemos que hablas con un espíritu, eres un demonio”.  Así era, yo podía comunicarme con el espíritu de tu padre, así como estamos haciendo ahora mismo tu y yo, pero eso no me convertía en un demonio, sé que nunca te he hablado de tu padre ya que para mi era un tema muy duro hablar de su muerte, pero ya es hora de que sepas toda la verdad, el sufrió un accidente de coche dos semanas antes de que tu nacieras, y falleció, por eso nunca lo llegaste a conocer.

Ahora quiero que huyas y que no cuentes nada de esto, no quiero que acabes como yo por haberte comunicado conmigo. Cuídate.

Mamá."


Jaime decidió tomar justicia para su madre, sin contar que se había comunicado con ella.

Así mismo, se dirigió a la comisaría de policía y contó que su madre llevaba desaparecida mucho tiempo, y que él estaba viviendo en otra ciudad, pero que decidió investigar qué le había ocurrido. Les dijo que habló con los vecinos de alrededor de su antigua casa, y  la que estaba al lado de la suya estaba abandonada, asi que les explicó que se tomó la libertad de entrar a investigar, les dijo todo lo que encontró allí, y un equipo de policías partieron a esa dirección y comprobaron todo lo que les había contado Jaime con sus propios ojos.

Así se abrió la búsqueda de los Robbins para detenerlos, y dos días después los encontraron y finalmente se hizo justicia, los condenaron a 15 años de prisión.


Jaime se dirigió por última vez al hotel, frente al espejo le contó todo lo que había hecho a su madre, y ella se puso muy feliz y estuvo muy orgullosa de él.

Esa misma tarde Jaime partió a Nueva York, a su casa y empezó su vida de cero, dejó de estar encerrado en sí mismo. Comenzó  a juntarse con un grupo de chicos de su edad y su vida se llenó de felicidad y color.


Laura Ariza Peña 2°C


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