lunes, 9 de enero de 2023

La noria de la vida

 


Siempre he vivido rodeada de mucha gente: mi madre, mis abuelos maternos y durante un tiempo mi bisabuela y una tía soltera que vivía en casa con nosotros. Nunca eché en falta a nadie. Mi casa era muy grande y estaba en la plaza del pueblo por lo que siempre había muchos niños y vecinos que entraban y salían como yo lo hacía por las suyas. 

El sitio donde vivíamos era un pequeño pueblo que se situaba cerca de la costa y por esto la mayoría de la población se dedicaba a la pesca y al turismo, y muchas de las personas que pasaban por allí en verano no volvían hasta el verano siguiente o simplemente no volvían nunca más. 

Siempre recordaré las grandes habitaciones que había en casa, el patio que quedaba en medio de todas ellas en el que nos sentábamos todas las noches a contar historias hasta llegar a veces la madrugada, sobre todo en verano cuando no había que ir al día siguiente a la escuela. También había una habitación en la que mi abuela y mi madre pasaban muchas horas lavando y preparando las ropas y cuando yo era pequeña, me escondía debajo de las pilas y las escuchaba hablar de cosas que yo aún no entendía. 

Al cumplir los seis años, empecé a llevar a casa a muchas de las niñas que estaban conmigo en clase y yo, a veces, también iba a las suyas. Un día, mi amiga Clara, me dijo que fuese a su casa y que pidiese permiso a mi padre. Al escuchar esa palabra pensé en mi abuelo, ya que es a él a quién siempre he llamado papá. Pero cuando yo tengo que pedir permiso a alguien para hacer algo siempre le pido permiso a mamá, que es la que toma las decisiones sobre mí, como siempre le repite ella al resto de mi familia. 

Ese día volví a casa pensativa y fue la primera vez que le pregunté a mi madre sobre ese tema: 

  • Oye mami, ¿tú sabes quién es mi papá?

  • Lucía ve a merendar que te está esperando tu abuela – dijo como si no me hubiese escuchado. 

  • Pero mami te estoy haciendo una pregunta. 

  • ¡Ni peros ni peras! Lucía ve a merendar. 

No volví a preguntar, la verdad no me acordé más de ese tema y como tampoco me había hecho falta nunca un padre no le di mucha importancia. 

Fueron pasando los días, las semanas e incluso los años y aunque mis abuelos eran mayores, se conservaban muy bien. Ahora era yo la que ayudaba a la abuela a doblar la ropa en aquella habitación y mientras tanto le contaba lo que había hecho durante ese día. 

Llevaba varios días queriendo contarle que desde que había empezado el verano había hecho nuevos amigos. Yo ya tenía trece años y había empezado a salir a la plaza del pueblo después de pasar la tarde en la playa con mis amigas. Y fue allí donde conocí a Fran. Él era de Murcia y era la primera vez que veraneaba en nuestro pueblo. Cuando mi abuela vio lo ilusionada que yo estaba dijo mientras yo le contaba todo: “la historia se repite”. 

En un principio no supe qué quiso decir mi abuela con aquella frase, pero después de la conversación que tuve con ella y de pensar casi toda la noche en nuestra conversación, caí en la cuenta de que me faltaba una parte de la historia por conocer. De la historia de mi madre, pero también de la mía y ya iba siendo hora de que me lo explicaran todo. 

No tuve que volver a preguntar, mi madre me estaba esperando al volver a casa y junto a mi tía, que era otra de las personas que siempre me habían estado cuidando, me contaron y explicaron todo a cerca de mi padre.

Él había llegado un verano al pueblo junto a su familia y conoció a mi madre. Después de pasar todo el verano juntos, él decidió continuar allí ya que se enamoró del lugar y de ella. Comenzó a trabajar como pescador y su relación comenzó a formalizarse. Pero un día, su madre enfermó y tuvo que volver a su ciudad. Mi madre, convencida de que volvería, no quiso contarle que estaba esperando un hijo suyo y pensó que era mejor decírselo a la vuelta para no preocuparlo durante su ausencia. Lo que nunca imaginó es que no volvería nunca más ya que, como descubrió tiempo después, su madre no había enfermado, solo era una excusa para salir huyendo de allí y volver a su anterior vida. 

Ella no quiso nunca hablarle sobre mí ya que pensaba que si se lo decía volvería con ella solo por ese motivo y además estaba tan enfadada y triste que nunca se arrepintió de haber tomado esa decisión. Era otra época, y el tener un hijo sin pareja estaba muy mal visto por lo que mi tía inventó una historia sobre mi padre en la que se decía que un día salió a pescar y el mar se quedó con él. 

Junto con la historia, mi madre me enseñó una foto. Allí estaba él con su mirada profunda, no sabía que cambiaría mi vida para siempre. Ya había visto esa mirada antes, esos ojos y su expresión. No cabía lugar a duda, era igual a Fran. 

Ahora era yo la que tenía que contarle una historia a mi madre y la cosa se complicaba bastante. 

Efectivamente, después de muchos años, mi padre había vuelto a aquel pueblo que tanto le enamoró, pero no había vuelto solo, lo hizo con su familia, entre ellos su hijo Fran, mi amigo, y del que yo me había empezado a enamorar. Solo mi madre y yo sabíamos que eso era imposible puesto que éramos hermanos. 

Y me aparté, dejé de verle y de ir a los sitios donde él estaría. De todas formas, él se iría como lo hizo “nuestro” padre en su día. Y como dice mi abuela, es mejor tomar distancia para ver las cosas más claras. 

Unos años más tarde, cuando iba en el tren de camino a la ciudad donde estaba estudiando mi carrera, dos asientos por delante de mí, vi a un hombre, que ya tenía alguna que otra cana. 

Al bajarnos y verlo de cerca, lo reconocí inmediatamente y eché a correr tras él, pero lo perdí al dar la vuelta a una esquina…

Beatriz Aguilera Elías 2ºESO-C

1 comentario:

  1. Sin duda un cuento magnífico con el que he podido hacer volar mi mente... Me encanta¡¡¡¡

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