Esa noche, llena de vida, sentí sus besos, suaves, con brillo de luna, pero me quedé dormida, y se hizo el silencio. La luz entró por mi ventana al amanecer. Me desperté impaciente, esperándole. Mi corazón latía cuanto más cerca estaba de su
perfume. Me miré al espejo y vi su mirada reflejada en mi corazón. Cogí su fotografía y pude sentir su sombra, sus brazos, sus manos, su ilusión por compartir esa aventura de un viaje en tren a París. De repente, su aliento en el aire se desvanece acariciando mi rostro...una vez más.
María Ortega Tapia 2ºESO-A
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